El Partido del Trabajo de Albania y la revolución: una mirada retrospectiva

«Mientras las revoluciones precedentes consistieron en levantamientos del pueblo contra el gobierno, la revolución que se avecina, con la excepción tal vez de Rusia, tendrá mayormente un carácter de lucha de una parte de la población contra otra, y en esto, y solamente en esto, se parecerá más a las luchas de la Reforma que al modelo de la Revolución Francesa. Prácticamente podría decir que será mucho menos un levantamiento repentino contra las autoridades que una muy prolongada guerra civil (…).»

Karl Kautsky, 1902.

«Pero Enver vio más allá: el Partido Comunista había cargado sobre sus espaldas la responsabilidad de liderar la g u e r r a p o p u l a r para la liberación nacional.»

Nexhmije Hoxha, 2004

Introducción

El pasado Ciclo Revolucionario de Octubre (1917-1989) nos legó, además de un sinfín de pequeñas experiencias diseminadas a lo largo y ancho del globo —pequeñas por su relativamente leve significación histórica y no tanto por su amplitud geográfica—, tres grandes revoluciones proletarias triunfantes: la rusa, la china y la albanesa. De este trío han sido las dos primeras las que, lógicamente, han captado el grueso de la atención y el interés teórico de los comunistas, por haber supuesto en sus respectivos momentos todo un salto adelante en la empresa emancipatoria del proletariado revolucionario, revitalizando teóricamente al marxismo y relanzándolo en la práctica. En otras palabras, la vanguardia de la Revolución Proletaria Mundial fue, sucesivamente, el movimiento comunista ruso y, después, el chino.

Por el contrario, no aconteció lo mismo con la revolución en Albania. Esta importante experiencia no trajo consigo un desarrollo efectivo de la teoría marxista, ni tampoco funcionó, en la práctica, como avanzadilla, como nueva base de apoyo de la Revolución Proletaria Mundial (RPM) tras la victoria de la burguesía burocrática en la URSS y en la China popular. ¿Cuáles fueron las razones? ¿Qué ocurrió en este pequeño y aguerrido país balcánico? ¿Qué significación histórica tiene este proceso revolucionario transcurrido en un delicado momento del Ciclo de Octubre? Estas son algunas de las preguntas que procuraremos responder en el presente texto, el cual consideramos un Balance preliminar, a ampliar en futuras ocasiones —por nosotros mismos o por otros camaradas—, de la revolución en Albania.

Para cerrar esta breve introducción, apuntaremos un elemento más. Como sabemos, la tarea de Balance e investigación histórica debe desarrollarse siempre en medio de una intensa lucha de dos líneas y de la mano de la aplicación de nuestra línea de masas, considerando estos tres aspectos como parte integrante de una totalidad orgánica —el quehacer militante—, armónicamente entrelazados y desarrollados conscientemente. De lo contrario, nuestra actividad se enmarcaría en una táctica-proceso incapaz de aportar nada a la revolución en el Estado español. En este sentido, ¿por qué abordar precisamente ahora la cuestión albanesa? Desde nuestro punto de vista, la —más que explicable— ausencia de análisis crítico marxista de esta experiencia ha contribuido a la pervivencia de sectarias, dogmáticas y relativamente robustas tradiciones en el Movimiento Comunista del Estado español (MCEE) —y, por extensión, en el Movimiento Comunista Internacional (MCI)—: en este caso particular hablamos, naturalmente, del popularmente denominado hoxhismo. Mucho se ha escrito ya sobre el trotskismo1, el bolchevismo —que bebe de las enturbiadas aguas de Kautsky y la II Internacional (y en las que, con Stalin, se termina de ahogar2)— o el maoísmo3; consideramos, pues, que la mejor manera de empezar a combatir eficazmente al revisionismo hoxhista4 es erosionar su única base de apoyo ideológica, esa referencia histórica que le confiere una superflua y en buena medida ficticia identidad y originalidad: la revolución albanesa. Además, pensamos que de este modo comenzamos a saldar una deuda que teníamos con nosotros mismos y con el Movimiento por la Reconstitución en general, pues hasta ahora nos hemos centrado sobre todo en la lucha de dos líneas contra el revisionismo, dejando inaceptablemente de lado la responsabilidad de contribuir, en la medida de nuestras posibilidades, al Balance del Ciclo Revolucionario de Octubre.5

Trataremos pues de popularizar los senderos trazados por la experiencia revolucionaria en Albania; de desmontar aquí los más sangrantes mitos erigidos alrededor de este proceso; de descubrir las verdaderas influencias —no siempre declaradas— que recibe de otras experiencias revolucionarias; de trazar los vericuetos recorridos por el Partido del Trabajo de Albania (PTA) y el pueblo albanés a lo largo de su lucha; y, también, de desbrozar detalladamente algunas mixtificaciones teóricas a las que el PTA terminó por sucumbir.

Breve contextualización histórica

La nación albanesa no se constituye como país independiente —es decir, como Estado— hasta principios del siglo XX. Lo hace concretamente el 28 de noviembre de 1912, tras lograr quebrar cinco centurias bajo dominio otomano y en el contexto de la derrota turca en las Guerras Balcánicas (1912-1913). Este Imperio sojuzgaba manu militari al pueblo albanés, manteniéndolo económicamente estancado en el medievo, nacionalmente oprimido y culturalmente atrasado. La situación de Albania en el momento en el que se declara su independencia es poco esperanzadora: poseía una economía extremadamente atrasada y predominantemente agraria; el campo se sumía en la semifeudalidad, donde aún reinaba el sistema latifundista —en zonas llanas y también algunas montañosas, subsistiendo, sobre todo en estas últimas, reminiscencias patriarcales6—; a su vez, y como consecuencia de la inevitable quiebra de muchos campesinos pobres, se iba conformando progresivamente un genuino proletariado agrícola asalariado. Por otro lado, en las pequeñas y escasas ciudades, el desarrollo económico y social era también mínimo; predominaba la producción artesanal, aunque poco a poco, desde el siglo XIX, se iba abriendo paso la manufactura capitalista —en Shkodra, Berat, Elbasan y Korça, fundamentalmente—; no obstante, los pequeños talleres manufactureros no empleaban nunca a más de 10 ó 15 obreros, y sólo existían 25 minúsculas fábricas industriales en 1912, a las que se sumaron 50 nuevas fábricas —y talleres— en los siguientes 10 años; el escaso desarrollo industrial puede explicarse, en parte, porque la burguesía mercantil —enriquecida esencialmente por el trabajo a domicilio de obreros artesanos— estaba más interesada en apropiarse de las tierras que en desarrollar económica y técnicamente una potente producción típicamente capitalista, es decir, industrial. Asimismo, muchos de los trabajadores de la ciudad eran temporeros y cuando terminaba su ocupación en la urbe volvían a los trabajos agrícolas de la aldea; la incipiente clase obrera albanesa se nutría, pues, del artesanado y del campesinado pobre, y aún tendría que recorrer un largo camino para constituirse como clase consciente de sí misma, esto es, como clase-en-sí.

Además de este proletariado fabril en formación, existían amplias masas de jóvenes aprendices, muchos de ellos niños o adolescentes, en los talleres artesanales y las tiendas comerciales. Su situación no era mejor que la de los pocos obreros industriales: además y al lado de las nuevas formas de explotación capitalista, sobrevivían aún fuertes resabios feudales. Por ejemplo, muchos de estos aprendices estaban obligados a realizar ciertas prestaciones a sus patrones. Es decir, que a las horas de trabajo productivo se les sumaban otras tantas de servicio personal.

En este magma socioeconómico surgen las primeras organizaciones de solidaridad entre obreros, que, en un principio, tienen unos objetivos más centrados en la ayuda mutua que en la lucha concreta y consciente contra los patronos. A su vez, estas estructuras bebían de y estaban influenciadas por las de los aprendices, que desde principios de siglo y en colaboración con artesanos independientes —es decir, que no empleaban a otros trabajadores— se iban organizando, de manera intermitente y precaria, contra los abusos de los propietarios de los talleres artesanos. En general, se puede decir que estas organizaciones proto-obreras eran sólo las primeras tentativas de una clase en proceso de conformación histórica, que luchaba tímidamente y de manera absolutamente espontánea por, en primera instancia, sobrevivir. Así, las primeras ideas socialistas difundidas en aquellos ambientes obreros no podían sino ser pequeñoburguesas. Como dijera Marx en otras circunstancias sobre los obreros alemanes —y salvando todas las distancias—, el naciente proletariado albanés era todavía demasiado artesano y no lo suficientemente obrero.

Y en esto llegó la I Guerra Mundial. Albania —cuyo territorio ya había sido parcialmente amputado en 1913— fue ocupado por los países imperialistas, que la usaron como campo de batalla. Poco después, en 1915, las potencias de la Entente firmaron un tratado por el cual se repartían —en particular entre Grecia, Italia, Serbia y Montenegro— el suelo albanés7. Las epidemias, el hambre —que ya azotaba regularmente a las masas populares— y los saqueos se multiplicaron, y la población de Albania se vio severamente reducida. El país quedó, así, invadido hasta el fin de la guerra en 1918, aunque no fue sino en 1920 que los últimos ocupantes italianos fueron totalmente expulsados.

Durante los primeros años de la década de los 20 se siguieron desarrollando las formas de organización obrero-artesanal arriba mencionadas; las asociaciones mutualistas nacían y, con la misma facilidad, morían después. La clase no era aún lo suficientemente madura como para haberse dotado de un movimiento sindical ni de un partido obrero de viejo cuño —ni hablemos ya de un Partido Comunista—. Todavía era la época de las luchas huelguísticas económicas y espontáneas, incapaces de incidir políticamente en el escenario nacional de forma mínimamente articulada o consciente. Por las mismas razones, este embrionario movimiento obrero sólo pudo ser un apéndice más del movimiento democrático-popular que iba en ascenso desde hacía algunos años.

Como es natural en cualquier país predominantemente agrario, la revolución burguesa tenía como problema fundamental a resolver el de la tierra. El campesinado la reclamaba. Para el año 1923 existe ya un amplio movimiento democrático; hay movilizaciones, manifestaciones y expropiaciones de cereales —o intentonas— en algunas de las ciudades más importantes del país, como Vlora y Korça. Es necesario señalar aquí que, desde el triunfo de la revolución socialista en Rusia, las ideas revolucionarias habían visto extendida su influencia en todas las capas de la población potencialmente susceptibles. Intelectuales y obreros avanzados empezaban a entrar en contacto con las ideas leninistas, y el campesinado albanés, sobra decirlo, envidiaba sanamente la resolución democrática del problema agrario en la Rusia soviética. En este contexto se había constituido una organización democrático-revolucionaria llamada Bashkimi (Unidad), compuesta esencialmente por intelectuales de origen pequeñoburgués y que jugó el papel protagonista en el ascendente movimiento popular.

El asesinato de un dirigente demócrata —Avni Rustemi— por parte de la reacción feudal desató una larvada situación revolucionaria. Estalló la insurrección armada en mayo de 1924, y triunfó finalmente el 10 de junio del mismo año.

Pero la revolución democrático-burguesa no duraría demasiado. Cierto es que el programa político del nuevo gobierno encabezado por Fan Noli, al menos en el papel, cumplía con las más altas expectativas de las clases populares. Al menos con las expectativas al alcance de un movimiento popular en el que el proletariado no juega ningún papel hegemónico, independiente, decisivo ni particularmente relevante, pues todavía se está conformando históricamente como clase. En otras palabras: era absolutamente imposible, en tal contexto, que el proletariado dirigiera una revolución democrático-burguesa desarrollada ininterrumpidamente hacia el socialismo. Por lo tanto, ese ambicioso programa de las fuerzas progresistas burguesas —que incluía puntos tales como la completa liquidación del feudalismo, la protección, estimulación y desarrollo del capital nacional, la reforma del sistema impositivo en una dirección redistributiva, el establecimiento del parlamentarismo, la democratización de los aparatos de Estado, la promoción de una cultura y educación nacionales, etc.— nunca fue realizado. Los sectores más acaudalados de la burguesía, siempre temerosos del potencial desorden provocado por las masas revolucionarias en movimiento, sólo tuvieron que organizar, coaligados con la reacción feudal, las presiones necesarias para amedrentar al nuevo gobierno. Y a éste, naturalmente, poco le costó ceder.8

Hay, no obstante, algo obvio: la reacción siempre quiere más. Y el caso que nos ocupa no fue distinto. La reacción feudal-burguesa se preocupó de organizar un golpe contrarrevolucionario a pesar de la endeblez y el conciliacionismo del Consejo democrático-burgués emanado de la insurrección. Así fue consumado en la nochebuena de 1924, cuando las fuerzas contrarrevolucionarias, comandadas por la figura de Ahmet Zog —que fue durante un breve período de tiempo líder del recién nacido y débil movimiento nacional de Albania, alto cargo en el gobierno durante los años 20, Primer Ministro tras el putsch que lideró, después Presidente de la República de Albania y, por último, reyezuelo— y con el apoyo de toda la contrarrevolución balcánica e imperialista —fundamentalmente la yugoslava por su explícito apoyo militar—, derribaron el gobierno de Fan Noli e instauraron su propio régimen, el régimen de los terratenientes, la gran burguesía reaccionaria y los bairaktars9, que volvieron a poner el país en las manos de los imperialistas ingleses e italianos, interesados especialmente en explotar los recursos mineros y petrolíferos de Albania.

Resultará interesante reseñar aquí unas palabras de Dimitrov, ya en 1925, alrededor de la relación entre la contrarrevolución albanesa y el problema de los Balcanes:

«El golpe de Estado contrarrevolucionario de Ahmet Zog en Albania, efectuado con la ayuda de Yugoeslavia y sus fuerzas armadas, extendió el frente de la reacción balcánica hasta el Adriático, privó al pueblo macedónico de uno de sus baluartes en la lucha de liberación y una de las bases del movimiento revolucionario en los Balcanes10

En efecto, la rendición-aplastamiento de la revolución burguesa en Albania supuso la pérdida de una valiosísima base de apoyo democrático-revolucionaria en un momento realmente complejo, pues es fundamentalmente en el transcurso de los años 20 cuando van fracasando un sinfín de intentonas insurreccionales proletarias —varias en Alemania (1918-19 en Berlín, 1923 en Hamburgo, por ejemplo), la insurrección de Reval en Estonia (1924), las de Cantón (1926) y Shanghai (1926-1927) en China, etc.— y, también, algunos levantamientos campesinos —como, por ejemplo, el de Bulgaria (1923)—. A su vez, la Italia fascista cogía fuelle y, de un modo u otro, no dejaba de nutrirse de los fracasos de la revolución en Europa. La Internacional Comunista (IC) continuaba empantanada y no conseguía resolver el problema de la estrategia revolucionaria, y el Partido Comunista Chino estaba aún en proceso de desechar la insurrección y adoptar, de la mano de Mao, la Guerra Popular Prolongada (agosto de 1927).

Por lo demás, la subsiguiente historia de Albania no reviste demasiado interés específico. Como adelantábamos algunos párrafos más arriba, Zog pasaría a ser, sucesivamente, Primer Ministro, Presidente y, ya en 1928, rey de Albania como Zog I.

Sintetizaremos brevemente lo acontecido durante el régimen zoguista. Dada la posición de Albania en la cadena imperialista, a todo lo que podían aspirar sus clases dominantes era a ser el obediente vasallo de alguna potencia cercana. En efecto, así fue. La monarquía albanesa convirtió el país es una sucursal de la Italia fascista. La oligarquía financiera de esta última nación fundó allí el Banco Nacional de Albania y la SVEA11, y los tentáculos de Roma abarcaron todos los aspectos de la economía de Albania: el capital de aquel país se apropió de las principales minas, de concesiones de obras públicas y las aduanas, del comercio exterior y también, parcialmente, de la escasa industria ligera. Asimismo, el régimen de Mussolini otorgaba numerosos y abusivos créditos al país balcánico, con resultados catastróficos para las masas e inmejorables para las clases dominantes. Como cifra orientativa, servirá señalar que la inversión del capital italiano allí era diez veces mayor que el presupuesto total del Estado albanés. Además, se firmaron también acuerdos políticos que posibilitaban incluso la intervención del ejército italiano en suelo albanés para defender la monarquía de Zog I.

Así, si el desarrollo industrial de país era ya mínimo mientras Albania sobrevivió como Estado independiente, la situación no sufrió profundos cambios bajo el yugo imperialista italiano. La economía nacional quedó reducida a su atrasada agricultura y no constituyó durante años nada más que una fuente de materias primas para la industria italiana —además de un magnífico lugar donde exportar a parte de la fuerza de trabajo sobrante de Italia—. Aún así, las relaciones de producción capitalistas no terminaron de despegar en el campo. Estaban presentes fundamentalmente en las granjas estatales e italianas, por lo que no se desarrolló una gran burguesía agraria nacional.

Para acabar, como datos estadísticos bastante gráficos, diremos que, para 1938, la clase obrera albanesa estaba compuesta por unos 15.000 trabajadores, repartidos en alrededor de 300 fábricas y talleres, la mitad de los cuales no contaba con, siquiera, 10 trabajadores. A su vez, el paro era galopante. El 87% de la población activa trabajaba en el campo y sólo el 13% en la industria y otras actividades urbanas. Más del 80% de los albaneses eran analfabetos.

Pero más allá de las contingencias históricas del país balcánico, hay un elemento esencial en el que indagar para comprender, por un lado, el pasado hasta aquí referido de Albania y, por otro, su desarrollo futuro: en la época que hemos descrito, en Albania no había ni un movimiento obrero realmente organizado ni, claro está, un genuino Partido Comunista. Su tardía constitución supone un hito en la historia del pueblo albanés y, como no podía ser de otra manera, marca un antes y un después en la vida del país. Pasamos ahora, por tanto, a abordar esta compleja problemática.

La constitución del Partido Comunista de Albania

Para comprender en sus justos términos la constitución del Partido Comunista de Albania (PCA) —más tarde Partido del Trabajo de Albania (PTA)—, debemos retrotraernos, de nuevo, hasta la segunda mitad los años 20. Desde ese período, con la restauración del régimen feudal-burgués, el movimiento democrático y antiimperialista volvía a dar señales de progresiva efervescencia. Se sucedían las luchas campesinas y las huelgas económicas obreras, que regularmente derivaban en violentos choques con la gendarmería del régimen de Zog. Destacan, por su importancia, las huelgas de los obreros empleados en las construcciones públicas —que, como decíamos, se financiaban con capital italiano—, de los mineros de Selenica y de los trabajadores de la sociedad concesionaria inglesa del petróleo, todas ellas ocurridas entre 1925 y 1927.

Por estos tiempos también se crearon algunas nuevas asociaciones obrero-artesanales útiles, fundamentalmente y como hemos señalado, para la ayuda mutua y la solidaridad, aún poco maduras y de naturaleza conciliacionista, pues integraban también a algunos maestros artesanos. Así nacen, en 1925, la «Unión Obrera» de Gjirokastra y, ya en 1927, la Asociación Obrera de Sastres «Përpami» (Progreso) en Tirana y la «Unión Obrera de Sastres» en Korça. Pero dado su carácter social esencialmente aprendiz y su naturaleza política espontánea, tales organizaciones nunca lograron desempeñar una función decisiva para la organización del proletariado.

Por otro lado, a lo largo de esta década va llegando casi a cuentagotas literatura marxista a Albania. Lo hace principalmente a través de los estudiantes y trabajadores albaneses repartidos por Europa, y se asienta intelectualmente entre los obreros, artesanos e intelectuales más avanzados del país. Como puede verse, no existe en esta región balcánica —y en casi ningún lugar del mundo— una tradición intelectual marxista que posibilite un profundo proceso de sedimentación ideológica ni, por tanto, un desarrollo continuado y fructífero de lucha de dos líneas, cosa que sí había sucedido —casi exclusivamente— en Rusia. Este paradigma de creación del Partido Comunista hipotecaría, como veremos en subsiguientes páginas, el propio futuro de la revolución en Albania; cosa que, por cierto, es común a la totalidad de experiencias habidas durante el Ciclo de Octubre. Pero trataremos este problema más adelante de forma profusa.

Ya en 1928, en el contexto descrito, nace la primera célula comunista en Albania. Lo hace concretamente en Korça, una de las ciudades más importantes del país, impulsada por elementos obreros, artesanos y progresistas. En el lapso de apenas un año nacen otras células similares en la misma ciudad, de tal manera que se concierta una reunión entre sus representantes para julio de 1929. De este importante encuentro —que marca el nacimiento del movimiento comunista en Albania— sale un Comité Directivo, encabezado por el obrero artesano Mihal Lako. Se constituyó, así, el Grupo Comunista de Korça12.

Éste se marcó como objetivo a corto plazo «trabajar para la creación de nuevas células encargadas de divulgar las ideas comunistas a través de círculos educativos»13. Y, por lo que parece, esta tarea dio tangibles frutos: en poco tiempo había ya un total de unos 40 militantes, repartidos en 8 células y dirigiendo cada una de ellas 3 ó 4 círculos educativos. Unas cifras modestas en lo absoluto, pero relativamente importantes sabiendo el contexto de Albania, la juventud de su movimiento y lo escueto de su clase obrera —unos 15.000 trabajadores en 1938, probablemente muchos menos en el año en que nos situamos—. Pero se daban ciertas circunstancias externas que influyeron en la situación interna del país a través de sus propias contradicciones. Hablamos concretamente de la Gran Depresión. Sus consecuencias, como es natural en un mundo que mediante el mercado capitalista está absolutamente interconectado, fueron también notorias en Albania. Las capas más pobres del campesinado se arruinaron y pasaron a buscar ocupación en la ciudad; la contracción del mercado interno provocó, a su vez, la quiebra de numerosos pequeños talleres artesanos o establecimientos comerciales; ocurrió lo propio con numerosas fábricas. En definitiva, ese ejército industrial de reserva consustancial al capitalismo engrosó sus filas hasta lo insospechado, de tal suerte que el movimiento obrero experimentó un auge inaudito. Durante 1929 y 1930 se suceden las huelgas en ciudades como Librazhd, Shëngjin, Tirana, Shkodra, Puka, etc. Estos paros abarcan la práctica totalidad de las ramas de la producción: obras públicas —como carreteras o puentes—, construcción, minas, etc. Asimismo, también van a la huelga marineros del transporte y pescadores. Es necesario señalar ahora que, en la antedicha reunión de las células comunistas acaecida en el verano 1929 —y de la que brota el Grupo Comunista de Korça—, el Comité Directivo se había impuesto también, como tarea inmediata, el ligarse con las amplias masas a través de organizaciones legales reivindicativas. Como se vería en esos mismos años de efervescencia del movimiento obrero, dicha meta era inviable en las condiciones subjetivas dadas —a pesar de que las objetivas mejoraban día tras día—, a lo que se sumaron inevitables errores de inmadurez ideológica y política.

Paralelamente a este desarrollo político en el interior, se registraban movimientos análogos en el exterior protagonizados por los exiliados albaneses. Así, y tal y como la efímera república democrático-popular de Fan Noli se había orientado hacia la URSS, los demócratas revolucionarios en el exilio hicieron lo propio. En 1925 fundan en Viena el Comité Nacional Revolucionario (CONARE); por otra parte, algunos de los jóvenes intelectuales revolucionarios de la organización Bashkimi fueron a la Unión Soviética, donde abrazaron las ideas comunistas y, mediante las escuelas y los cursos políticos de la Komintern, se instruyeron ampliamente como cuadros. De esta manera fundaron en el verano de 1928 el Grupo Comunista Albanés. Además, el enlace principal entre la III Internacional y los comunistas albaneses era la Federación Comunista de los Balcanes; ésta dio a aquellos, en la VIII Reunión Comunista Balcánica (1928) «la orientación de realizar una larga y profunda labor preparatoria para la creación (…) de grupos comunistas, para “la organización y la unión de los elementos obreros y campesinos más progresistas” con el fin de fundar después el Partido Comunista de Albania»14. En los estatutos del Grupo Comunista Albanés —que tenía sede en Moscú— figuraba, entonces, la tarea de constituir el Partido Comunista de Albania como sección estatal de la Internacional Comunista.

Así, este grupo creó su fracción comunista (o, como diríamos contemporáneamente, fracción roja) en el CONARE —ahora llamado, desde 1927, Comité de Liberación Nacional—. Por lo demás, y para coadyuvar al desarrollo del incipiente movimiento comunista en el interior de Albania, volvieron numerosos cuadros al país en 1930 para desarrollar allí mismo su labor revolucionaria, de entre los que destacó Ali Kelmendi. Bajo la poderosa influencia de éste —que no dejaba de ser el hombre la IC en Albania— se crearon nuevos pequeños núcleos y células comunistas clandestinas en ciudades como Vlora, Kruja, Elbasan y Tirana. Estos pequeños grupos estaban constituidos no por obreros, sino principalmente por personas de origen pequeñoburgués, así como empleados, maestros y, también, artesanos. Se constituyó además una fracción roja en la asociación de sastres «Përpami». Asimismo, Kelmendi entabló relaciones con el Grupo Comunista de Korça, al cual ayudó notablemente a salir de su aislamiento, a combinar el trabajo ilegal con el legal, a participar en asociaciones obreras legales, a llevar a cabo labores de traducción para la elevación ideológica de los cuadros comunistas, etc. Todo esto se tradujo, a fin de cuentas, en una estructuración interna más sólida del Grupo y en un trabajo político más eficaz.

Este progresivo desarrollo de la capacidad operativa del Grupo de Korça permitía a sus integrantes pensar que, ahora sí, estaban en condiciones de realizar un trabajo más productivo entre las masas. El torrente de huelgas seguía siendo vigoroso, y los obreros de la construcción eran su puntal indiscutible. Por esta razón, lógicamente, el Grupo cifró sus esperanzas en conquistar a sus elementos más avanzados. A este respecto, y a iniciativa de los propios comunistas, se constituye en Korça (1933) la asociación obrera «Puna» (Trabajo). El presidente de esta organización era Pilo Peristeri, miembro del Comité Directivo del Grupo de Korça; a su vez, la dirección de la asociación obrera estaba en manos de su fracción comunista; y, en un breve plazo de tiempo, «Puna» contaba con alrededor de 500 miembros, entre obreros y maestros de diversas ramas, que también eran explotados por los capitalistas. Lo que diferenciaba a esta asociación de otras formas organizativas más primitivas del movimiento obrero es, además de la indispensable dirección consciente, el carácter no temporero de su trabajo. Así, veíamos que otras asociaciones obreras o proto-obreras nacían y morían al ritmo de las necesidades que tenían los capitalistas de fuerza de trabajo: cuando la producción experimentaba un auge, mucha población proveniente del campo estaba ocupada en la ciudad y, como hemos relatado, se organizaba de forma mutualista y espontánea; cuando el desempleo arreciaba, muchos volvían a sus aldeas y, con su partida, morían también sus asociaciones. De cualquier manera, y constatando el éxito del grupo «Puna», durante el año 1934 fueron creadas nuevas organizaciones obreras de zapateros, sastres, chóferes, etc. El Grupo de Korça también se planteó su expansión territorial, aunque en torno a esto su empresa no triunfó en absoluto. Donde sí cosecharon alguna victoria fue en el frente estudiantil, creando una célula comunista con sus elementos revolucionarios más avanzados.

Simultáneamente, y en relación al crecimiento exponencial del trabajo desarrollado por el Grupo, empezaba a manifestarse abiertamente la lucha de dos líneas en su interior. La fracción filotrotskista de Niko Xoxi, que bebía del revisionismo trotskista griego, tendía a aislarse, a encerrarse en sí misma y a no aplicar línea de masas alguna. Planteaban una tesis conocida como «teoría de los cuadros», que se traducía en la separación mecánica y dualista de la contradicción teoría/práctica, postulando erróneamente que primero debían construir cuadros y, después y sólo después, desarrollar un trabajo de masas concreto.

¡Alto ahí!”, gritarán todos los revisionistas que conozcan sólo superficial y fragmentariamente la Línea de Reconstitución; “¿No es idéntico este planteamiento t e o r i c i s t a al que defendéis los reconstitucionistas?”, interrogarán después con cierta inquina. “¡No tan rápido!”, advertimos nosotros. Adelantarnos a esta previsible acusación nos servirá, ciertamente, para arrojar algo más de luz sobre algunas problemáticas de primer orden.

En primer lugar señalaremos algo que debería ser obvio para cualquiera que se declare marxista: los requisitos para la constitución de un Partido de Nuevo Tipo no son ni pueden ser los mismos con un Ciclo revolucionario en marcha y aún bastante vigoroso que, como en nuestra situación, con el mismo Ciclo ya históricamente concluido. Existe una circunstancia —de la cual se derivan muchas otras— fundamental: durante el Ciclo de Octubre el marxismo ocupaba con bastante solvencia —y a pesar de las limitaciones de partida que prefiguraban su progresivo desgaste y final agotamiento— su posición natural15 de teoría de vanguardia. ¿Qué significación tiene esto? Que la inmensa mayoría de las personas que sentían la necesidad de transformar la sociedad radicalmente —la vanguardia teórica— veían en el Comunismo la más satisfactoria de las opciones competidoras16. O, dicho en otros términos, que la revolución socialista —o neodemocrática si el país en cuestión así lo requería— era un horizonte plausible e inmediato. Así, con una vanguardia teórica hegemonizada mundialmente en lo esencial, el problema principal a que se enfrentaba cualquier movimiento comunista era el de las masas y su conquista. Aun con todo, en el mismo ejemplo de Albania hemos visto cómo esa primera intentona de ir a las masas en 1929 fracasó estrepitosamente; y más allá de cualesquiera deficiencias ideológico-políticas de juventud, esto demuestra que es necesario un trabajo previo de conquista —lo que supone ya una línea de masas— y capacitación de los que van a ser dirigentes de la revolución. Aquí se inscriben, claro está, esos círculos educativos que desarrollaban las primeras células comunistas en Albania y, en el exterior —con el indispensable patrocinio de la Komintern, que hacía de depositario internacional de la ideología proletaria—, esos otros cursos ideológico-políticos a los que asistían los elementos más avanzados en su exilio de Moscú. De hecho es sólo con la confluencia de ambos elementos —cuando los cuadros emigrados vuelven de la URSS y, con Kelmendi a la cabeza, asisten a las células nativas existentes y crean otras nuevas— que se hace posible el asalto a las masas más cercanas, esto es, a su vanguardia práctica.

De cualquiera de las maneras, Albania es un país con una serie de particularidades que conviene seguir desgranando. Por un lado, al ser una nación sumida en la semifeudalidad y donde las relaciones sociales burguesas se desenvuelven lenta y sólo parcialmente —más en la producción que en el resto de ámbitos de la vida social, e incluso en la primera esfera mencionada de forma extremadamente parsimoniosa y relativamente artificial—, no existe una amplia tradición moderna de pensamiento ilustrado, ni facilidad alguna para que el clima intelectual-cultural sea especialmente receptivo en la adopción de ideas revolucionarias tan complejas —que no complicadas— como el marxismo. Esto se puede sintetizar en una frase: sin una burguesía desarrollada no hay un proletariado desarrollado, y sin ambos elementos se torna difícil —nunca imposible—, a priori, la existencia de una vanguardia a la altura de las circunstancias17. Pero como demuestra la propia revolución en Albania, ninguno de estos obstáculos objetivos es insalvable con una ideología más o menos adecuada a las necesidades del momento histórico concreto y un Movimiento Comunista Internacional que, a pesar de estar ya en una delicada situación de estancamiento —al menos hasta la victoria de la revolución en China—, tenía todavía el empuje necesario para llevar adelante algunos procesos revolucionarios más. Por otro lado, el hecho de que las amplias masas sintieran como posible y cercana la revolución las convertía en un factor inmediatamente determinante. Aún más en un país como el que aquí nos ocupa, que debe todavía deshacerse de vigorosos vestigios feudales y de una dependencia semicolonial que sufre por parte de la bota fascista italiana. En otras palabras, debe acometer una revolución burguesa de nuevo tipo que solucione los dos problemas fundamentales de la misma: el agrario y el nacional. De este modo, tenemos el cuadro siguiente: un Ciclo revolucionario en marcha; unas masas populares albanesas que ansían la revolución y generan progresivamente un potente movimiento democrático-nacional espontáneo; y una vanguardia que debe situarse rápidamente al nivel exigido por las circunstancias si quiere pintar algo en la historia de su país y, lo que es más importante, de su clase. Pero sobre todo esto volveremos más adelante.

Ahora podemos volver, tras una cuantas reflexiones que nos sitúan en condiciones de entender su significación, con la cuestión que hemos usado como excusa para desarrollar algunas cuantas ideas: la desviación teoricista del grupo filotrotskista de Niko Xoxi. Si ellos planteaban la necesidad primordial de la creación de cuadros, cosa que también hace el Movimiento por la Reconstitución, ¿qué les convierte a ellos en revisionistas y a nosotros en revolucionarios? Fundamentalmente, dos cuestiones realmente trascendentes. La primera, que ya ha sido antes descrita en términos generales, hace referencia a la situación de las masas. Estando éstas en constante efervescencia por ser la revolución un horizonte político inmediato —y más aún en un país como Albania, que tenía la revolución burguesa pendiente—, la vanguardia comunista tenía el obvio deber de ponerse a la cabeza18 de ese movimiento para darle una dirección consciente y, así, poder engarzar de manera ininterrumpida la revolución burguesa con la socialista. La segunda, porque esa tarea de creación de cuadros estaba desligada de toda actividad práctica concreta, es decir, del desarrollo de una línea de masas que permita la transformación cualitativa de tal o cual sector de la clase y, en consecuencia, la constante elevación y progresiva ampliación del movimiento. Por lo tanto, toda similitud de la Línea de Reconstitución con el tipo de revisionismo aquí estudiado es sólo en apariencia. Además, como vemos, el contexto general no sólo es diferente, sino directamente opuesto: frente a una ideología que durante la mayor parte del s.XX sabe referenciarse como guía de la transformación social, nosotros nos encontramos con un marxismo que, tal y como se presenta, es inoperante para hacer arrancar un proceso revolucionario o dar garantías de continuidad y éxito a los que están ya en marcha; frente a unas masas que en la mayor parte del globo —y, como se ha visto, más si cabe en Albania— sienten la revolución como necesidad inapelable, nuestra época se caracteriza por unas masas sumidas en un letargo inevitable y una pasividad generalizada, cubierta en su flanco derecho por la más enajenante ingenuidad electorera, y en su flanco izquierdo por un no menos desesperante nihilismo vital. En suma, se pone de manifiesto que nuestra tarea de Balance y reconstitución ideológica —mediación necesaria para la reconstitución del Partido Comunista— es más que imprescindible. Por otra parte, y ésta es probablemente la diferencia fundamental entre una «creación de cuadros» teoricista y otra verdaderamente revolucionaria, la Línea de Reconstitución establece una línea de masas concreta, constante y consciente, de tal manera que los cuadros comunistas no se forman en el limbo de la teoría pura, sino en constante interrelación con los sectores de la clase más susceptibles de ser conquistados para el comunismo e inmersos en una intensa lucha de clases ideológica, es decir, en lucha de dos líneas. Línea de masas y lucha de dos líneas que en el Estado español, por cierto, no dejan de dar frutos positivos en la progresiva conformación de un movimiento político con posibilidades más que esperanzadoras. Pero volvamos a la Albania de 1934.

Por estas fechas, nuevas células comunistas iban naciendo; algunas de ellas —sobre todo en Tirana— contaban con oficiales del ejército entre sus filas. El movimiento democrático seguía en ascenso, y en él participaron los comunistas aunque sin una resuelta visión estratégica bien definida aún. En ese mismo año las relaciones entre la Italia fascista y la Albania de Zog I, que nunca habían sido buenas a pesar del servilismo del reyezuelo albanés, empeoraron aún más. Para convertir definitivamente a Albania en semicolonia italiana, éste último país envió su flota de guerra a Durrës. Esta circunstancia —y la pasividad de Zog— supuso un nuevo impulso al movimiento democrático antizoguista. En abril de 1934 un grupo de intelectuales y exoficiales decidieron crear una organización secreta para hacer estallar la insurrección, proclamar la República y hacer de Albania por fin un país realmente libre. Esta organización, que bebía esencialmente de círculos militares e intelectuales burgueses, estaba infiltrada también por elementos fascistas italianos, que pretendían instrumentalizarla. Asimismo, los comunistas de Tirana se unieron a dicha organización. El Grupo de Korça, que discutió esta cuestión, decidió intervenir si llegaba a producirse la insurrección, participando con un programa independiente para la toma del poder en su ciudad. Pero el régimen zoguista descubrió estos planes y los conspiradores decidieron, como último recurso, aventurarse de manera prematura a desarrollar la insurrección en la ciudad de Fier —el 14 de agosto de 1935—, que fue rápidamente aplastada. Los comunistas que participaron lo hicieron sin una incidencia reseñable, por mucho que sus ánimos fueran admirables. No obstante, sí sirvió para dos cosas: por un lado, para constatar la incapacidad que tenía la burguesía progresista a la hora de derribar el régimen feudal-burgués de Zog; y, por otro, para poner a prueba el arrojo y la capacidad de los revolucionarios, ya que, en palabras del propio Kelmendi:

«Esta prueba los comunistas albaneses la han pasado honrosamente, mostrándose dignos hermanos de los comunistas de otros países.»19

Entretanto, concretamente en junio de 1935, se había celebrado el VII Congreso de la Internacional Comunista. Como es de sobra sabido, este Congreso —el último, por cierto— estableció la política del Frente Popular antifascista. Naturalmente, este tema en particular daría de sí lo suficiente como para dedicarle un monográfico. Pero no consideramos que sea éste el lugar apropiado para abordar esta cuestión. No obstante, sí señalaremos una circunstancia significativa: afortunadamente, al no existir en Albania un partido obrero de viejo cuño —ni, en general, partidos políticos de masas—, estas directrices de la Komintern no supusieron, en la práctica, un profundo viraje hacia la derecha de los comunistas albaneses; pues, aunque probablemente se daban las condiciones para esa derechización20, no existían partidos burgueses democráticos a los que subordinarse, como sí pasó, por ejemplo, en el mismo Estado español21.

Volviendo con Albania, vale la pena añadir que el régimen de Zog, como consecuencia de la sacudida insurreccional, se vio obligado en octubre de 1935 a instaurar un nuevo gobierno liberal y reformista. Mientras, en Kuçova, se creaba la asociación obrera «Puna»22; consiguió organizar eficazmente a 700 hombres, que pasaron a ser, al cabo de un año, 1500. Este sector de la clase obrera trabajaba bajo las órdenes del capital extranjero (AIPA23), que administraba la extracción de petróleo en esa ciudad. Así, la asociación «Puna» organizó a finales del mismo año una serie de reivindicaciones políticas, que iban desde la jornada de 8 horas hasta la petición de no tener que hacer el saludo fascista ante los patronos italianos, pasando por la reclamación de unas mejores condiciones de higiene, vivienda y alimentación. El gobierno rechazó estos reclamos , y los obreros, en respuesta, se lanzaron a la huelga y a la manifestación; evento éste último que se repitió, esta vez con un cariz también nacional, cuando la AIPA declaró el 28 de noviembre, día de la independencia nacional, como jornada laborable. Previamente, tras la huelga, dirigentes obreros y miembros de la asociación habían sido despedidos por la AIPA.

Las organizaciones creadas por los comunistas y que servían como correa de transmisión entre la vanguardia y las masas seguían creciendo en número e influencia: en diciembre de 1935 nacía la «La Unión de Empleados del Sector Privado de Korça». Muchas de estas asociaciones funcionaban legalmente: tenían unos estatutos públicos que cumplían formalmente con la rígida legalidad zoguista y, por otro lado, unos objetivos políticos no declarados abiertamente —pero que sí eran conocidos por sus integrantes— de notorio carácter revolucionario. De este modo conseguían una amplia influencia en las masas sin perder la independencia de la línea política comunista. Aún así, cuando a una asociación se le denegaba el reconocimiento oficial, continuaba actuando en la semilegalidad. El contexto sociopolítico en Albania seguía elevando su temperatura progresivamente: el otoño de 1935 supuso el recrudecimiento del hambre y del descontento popular; el inicio de 1936 vio cómo los comunistas organizaban huelgas y sus primeras manifestaciones de masas. En el invierno de este año, y convocados por la asociación «Puna», alrededor de 400 obreros que construían un oleoducto cerca de Vlora se ponen en huelga; ésta deriva, para febrero del mismo año y tras habérseles sumado los trabajadores de la central termoeléctrica, en huelga general. Duró tres días y fue sofocada a base de represión. Unos 60 obreros fueron detenidos y otros 300 deportados a diferentes puntas del país. No se lograron las reivindicaciones por las que se luchaban, pero esta huelga supuso, de uno u otro modo, un punto de inflexión, tanto para la propia clase obrera como para el Estado zoguista. En otro punto del país, concretamente en Korça, el Grupo Comunista organizó la histórica «demostración del pan» el 21 de febrero. También fue brutalmente reprimida, pero esta circunstancia no fue óbice para que generara, cual seísmo, ciertas réplicas —se organizó una segunda manifestación de obreros, artesanos y estudiantes esa misma tarde— y su eco retumbara a lo largo y ancho de toda Albania —se desarrollaron otras manifestaciones similares en ciudades como Gjirokastra, Saranda, Leskkovik, Bilisht, Pogradec y Berat—. Nuevas demostraciones tuvieron lugar en Vlora y Elbasan, en junio y octubre de 1936 respectivamente. En septiembre de dicho año, el gobierno zoguista expulsó a un Ali Kelmendi que, por cierto, había tenido ya contacto con Enver Hoxha, recién llegado a Albania por esas fechas.

A pesar del notable desarrollo que había experimentado ya el movimiento comunista albanés, aún no estaba en condiciones de lanzar sus propias publicaciones y periódicos de masas. Por lo general, algunos documentos de los grupos comunistas eran publicados en la prensa burguesa democrática. Quien sí había logrado editar ya un par de folletos propagandísticos de cierta importancia teórica era la fracción comunista del Comité de Liberación Nacional, en los cuales se preconizaba la necesidad de la lucha armada, dirigida por el proletariado, para la edificación de la República Popular. Además, el Grupo Comunista Albanés de Lyon también editaba su propio periódico, «Populli» (Pueblo), sustituido al cabo de un tiempo por «Sazani». No obstante, su difusión se limitaba a algunos círculos intelectuales en el interior de Albania. Por lo tanto, los comunistas albaneses necesitaban dotarse de sus propios instrumentos ideológicos y culturales de propaganda de masas. Así lo consiguieron a través de diversas publicaciones aparecidas —en virtud de la nueva y más permisiva legislación promovida por el gobierno liberal— en las ciudades de Tirana y Korça, de entre las que destacó por duración y difusión la revista «Bota e Re» (Nuevo Mundo) aparecida por primera vez en la primavera de 1936. Asimismo, se utilizaron grupos culturales como «Besa Shqiptare» (Lealtad albanesa) o la agrupación teatral de la asociación «Puna» de Korça.

En diciembre de 1936 se creó un nuevo comité directivo para el Grupo de Korça, que se había impuesto, de nuevo, el objetivo de expandir su actividad por el conjunto del país. Esta empresa cosechó un nuevo fracaso, aunque sí lograron crear algunas nuevas organizaciones comunistas en Berar y Tirana, así como la Asociación de Obreros Tipógrafos. Por otro lado, el Grupo Comunista de Shkodra también logró extender su actividad a la propia Tirana y Korça, además de otras ciudades como Elbasan y Gjirokastra. Para su efectiva coordinación, en 1937 se crearon comités regionales en Shkodra y Tirana, lugares en los que también se consiguió crear organizaciones juveniles. Además, en la segunda, nació la Asociación Obrera de Carpinteros. Sea como fuere, la lucha entre las dos líneas —que tenían todavía posturas poco definidas, pues no se habían deslindado aún claramente los campos de la revolución y la reacción— volvió a experimentar un repunte. En concreto, lo hizo por la aparición en escena del trotskista Zjarri (Andreas Zizi) y su Grupo, que se autoproclamaba Partido Comunista de Albania y quería absorber a los demás grupos y células comunistas existentes. Zjarri, que había vuelto de Atenas a inicios de 1937, supo entenderse con el ya desplazado —aunque no expulsado— Niko Xoxi. De esta manera quedaron abortados los primeros intentos de acercamiento político y organizativo entre los Grupos de Korça y Shkodra. Estos hechos tenían lugar, a su vez, en el contexto de una ofensiva gubernamental anticomunista: se disolvieron organizaciones, se cerraron periódicos, oficiales comunistas fueron detenidos, etc. A su vez, el fascismo en Albania comenzaba a propagarse bajo la fuerte influencia de la Italia de Mussolini y con su obvia bendición. Asimismo, la conciencia antifascista de los comunistas albaneses les hizo condenar desde un comienzo el levantamiento del general Franco24, yendo muchos de ellos como brigadistas a combatir en la Guerra Civil Española. Lástima que, como sabemos, la vanguardia comunista de nuestro Estado hubieran renunciado ya desde un principio a convertir la guerra de la burguesía en guerra revolucionaria de masas.

Por lo demás, bajo la influencia de la nueva línea de la Komintern —adoptada en su VII Congreso—, la fracción comunista del Comité de Liberación Nacional había creado el Frente Democrático de las organizaciones albanesas en el exilio. Frente que, por sus propias carencias, se disolvió al poco de crearse. Mientras, Ali Kelmendi presentó en diciembre de 1936 su informe a la Komintern. En él planteaba la necesidad de crear un centro de organización que se ocupara de la «consolidación y dirección de los grupos comunistas existentes, la organización del movimiento comunista en toda Albania, así como de la convocatoria de un congreso constitutivo del Partido Comunista de Albania»25. Según las resoluciones adoptadas por la Komintern, debía crearse una organización clandestina democrática y antifascista, dirigida por un Comité Central conformado por comunistas y nacionalistas; esta organización debería servir como base del futuro Frente Popular. Además, las células comunistas deberían disolverse y reorganizarse, tras haberse vinculado con las masas mediante el trabajo legal, en lo que ya sería el Partido Comunista de Albania. Su programa mínimo26 debía abarcar exclusivamente dos puntos: primero, la defensa de los derechos nacionales; segundo, la defensa de los derechos democráticos. El propio Kelmendi y Koço Tashko fueron designados como encargados de difundir la nueva línea en el interior de Albania. Kelmendi tuvo que viajar primero a Francia a arreglar su vuelta a Albania, donde defendió la nueva línea entre los círculos de exiliados. Pero, antes de volver a su patria, enfermó y murió en la capital del país galo en 1939.

De todos los grupos comunistas de Albania, sólo el de Korça adoptó con decisión y celeridad, no obstante ciertas reticencias iniciales, la nueva línea. Los demás —fundamentalmente los de Tirana y Shkodra—, bajo la hegemonía trotskista, renunciaban a toda colaboración con los nacionalistas. Así, el Grupo de Korça redobló su trabajo en los frentes donde podía desarrollar un trabajo legal, como los Consejos Municipales, los grupos de militares y juveniles, etc. También disolvió, como ordenó la Komintern, sus células. Su trabajo dio frutos y, en las elecciones a los consejos de barrio y municipales (1938), logró amplias victorias a través del Frente Democrático27, que venció con amplias mayorías en Korça (86% de los votos), Durrës, Gjirokastra y Peqin. Asimismo, el Grupo de Korça editaba —desde 1937— el órgano clandestino «Përpara» (Adelante), en el que defendía y propagaba su línea, así como postulaba la necesidad de que los comunistas movilizaran a las masas por los derechos nacionales y democráticos, y también contra el fascismo. Más allá de la propaganda teórica, también se registró algún choque físico en las calles de Korça contra el Comité Fascista de Albania. Por lo general, este Grupo entendía relativamente bien la importancia del problema nacional en un país semicolonial, aunque no terminaba de comprender en toda su amplitud la cuestión agraria, lo que dificultó la creación de sólidos vínculos entre los comunistas y el campesinado. Al mismo tiempo, el Grupo de Shkodra creó el «Boletín Verde», donde también defendía su línea política trotskista. En resumen, allí planteaban la tesis según la cual, al ser Albania un país agrario atrasado, no existía en realidad ni proletariado ni burguesía; por lo mismo, consideraban que no se daban las condiciones para la revolución y que debían ir «creando cuadros» mientras esperaban a que las fuerzas productivas se desarrollaran y, con ellas, emergiera un genuino proletariado industrial al estilo europeo. En definitiva, negaban la necesidad de una revolución burguesa de nuevo tipo, y sólo eran capaces de concebir como objetivo por el cual merecía la pena luchar la revolución socialista, obviando cualquier trabajo previo o mediación necesaria.

Entretanto, la Italia de Mussolini ya tenía en el punto de mira a Albania. Estaban decididos a invadirla militarmente en 1939. Naturalmente, el régimen feudal-burgués de Zog ni se llegó a plantear la posibilidad de resistir ante la agresión del imperialismo fascista italiano. Se limitó a intentar negociar otorgando nuevas concesiones, y a intensificar su represión contra los comunistas. Es así como el grueso del Grupo de Shkodra —que, por cierto, nunca fue capaz de mantener unas condiciones mínimas de disciplina, secretismo y clandestinidad— fue descubierto y desmantelado. Sus dirigentes llegaron incluso a delatar a otros camaradas, para someterlos deliberadamente a la «prueba» de la tortura. Por lo demás, el contexto internacional empeoraba día tras día. La Alemania hitleriana ya había ocupado Austria y Checoslovaquia, e Italia comenzó finalmente la invasión de Albania en abril de 1939. Zog y los suyos huyeron rápidamente del país; el ejército albanés quedó inmediatamente inmovilizado por las tropas italianas; el pueblo de Albania, que desde que tuvo conocimiento de los planes agresores de Roma se sumía en la rabia y las ansias de combate, resistió como pudo, sin dirección ideológica ni política y, claro está, generalmente desarmado. Los grupos comunistas, hasta ese momento, se mostraron incapaces de generar una respuesta militar organizada, y ésta tendría que esperar aún algún tiempo más. Los focos más importantes de resistencia espontánea, donde las masas estaban precariamente armadas, fueron Vlora, Shkodra Durrës, Sarranda y Shëngjin.

En un breve plazo de tiempo comenzó la italianización y total colonización de Albania. Fue convocada por parte de los ocupantes la «Asamblea Constituyente», que estableció la «unión» de Albania con Italia y ofreció su corona a Víctor Manuel III. Shefqet Verlaci, terrateniente albanés, encabezaba el gobierno títere. El ejército nacional fue absorbido por el italiano y puesto a su mando; el lugarteniente designado por Roma ejercía las funciones estatales; miles de colonos italianos —obreros, técnicos, empresarios, comerciantes, agricultores, etc.— fueron enviados y repartidos por toda Albania; este pequeño país balcánico quedó convertido, en definitiva, en una provincia italiana más, circunstancia que también se usó para utilizarlo como base militar imperialista de cara a continuar la agresión fascista en los Balcanes. La base social interna que sostenía la ocupación era, en rasgos generales, la misma que aquélla de la que gozaba anteriormente el régimen de Zog: los terratenientes, la gran burguesía comercial y los bairaktars. A pesar de un inicial espejismo de recuperación económica propiciado por el gran volumen de construcciones militares que desarrollaron los ocupantes, pronto se evidenció la ruina que suponía para las masas albanesas tal situación. Los talleres quebraban al no poder competir con las baratas mercancías italianas, los obreros eran sobreexplotados y aún más discriminados que antes respecto a sus homólogos italianos, y los campesinos vieron cómo sus productos y sus tierras les eran arrebatados en beneficio del invasor fascista. Por estas razones la resistencia espontánea tomó la forma, aparte de los dispersos conatos de lucha armada, de sabotaje y oposición civil a las leyes y organizaciones fascistas. Los obreros y los estudiantes, a la vanguardia del movimiento antifascista, carecían aún de un Partido revolucionario mediante el cual canalizar conscientemente su espíritu combatiente.

Para la consecución de este objetivo, el Grupo de Korça intentó entablar diálogo con las direcciones de otros destacamentos comunistas, entre ellos el de Shkodra o lo que de él quedara:

«En estas conversaciones se enfrentaron de nuevo las d o s l í n e a s o p u e s t a s acerca del carácter de la lucha. Los dirigentes del Grupo de Korça mantenían la posición de organizar la lucha de liberación nacional con la participación de todas las clases y capas sociales que querían luchar contra los invasores. Los jefes del grupo de Shkodra (…) creían que, con la ocupación italiana, Albania se encaminaba hacia un acelerado desarrollo capitalista. Como consecuencia, el crecimiento de la clase obrera crearía la base para la revolución socialista»28.

Como se desprende de todo esto, las dos posiciones enfrentadas no representaban sino la lucha de dos líneas en torno a la definición de la línea política de la revolución en Albania. En otras palabras, aún tenía que definirse, como mediación entre la línea general —que venía dada por la Komintern— y el futuro programa del Partido Comunista —aún por constituir—, la traducción de la primera a las particulares condiciones de Albania. A pesar de no existir, por tanto, un acuerdo ideológico, sí se llegó a uno político: fue creado un Comité Central entre ambos grupos en paridad de representación y se expulsó al principal valedor de la línea trotskista, Niko Xoxi. Sin embargo, fruto de este compromiso desde arriba, cada organización funcionaba, de facto, como fracción independiente y autónoma. Pero dada la situación de efervescencia popular contra el agresor fascista, los militantes comunistas de base, apoyándose en toda su labor previa entre las masas, lideraban de manera indiscutible, aunque dividida, el movimiento de masas. El 28 de noviembre, día de la fiesta nacional, organizaron manifestaciones de clara orientación nacional y antifascista. Así, el Grupo de Korça, a la cabeza del movimiento popular, pudo afianzar su trabajo en otras ciudades y ampliarlo. Ya en los albores de 1940, se le confió a Enver Hoxha la dirección de la organización en Tirana. Por otro lado, brota durante los siguientes meses de nuevo la confusión en el movimiento comunista albanés. El Grupo de Korça sufre la escisión de la fracción conocida como Grupo de los Jóvenes, que tenían puntos de vista muy similares a los del grupo de Shkodra. Aquéllos consiguen deshacer el acuerdo de 1939 por el cual se creó el Comité Central conjunto entre ambas organizaciones, y comienzan a crear sus propias células. Igualmente, entablan relaciones por su cuenta con el Grupo de Shkodra. Mientras, Zjarri y su grupo vuelven a la carga. Crean comités regionales en nombre del inexistente Partido Comunista de Albania, postulando la necesidad de tomar la fortaleza fascista desde dentro introduciendo a cuadros comunistas en el aparato estatal.

Pero al margen de las riñas entre grupos comunistas, y sin entrar ahora en las vicisitudes de la Segunda Guerra Mundial, debemos señalar que, desde la primera mitad de 1941, un grupo guerrillero dio inicio a sus acciones armadas más o menos sistemáticas contra el agresor imperialista italiano. Comenzaron también, así, las operaciones punitivas de los fascistas y el incremento general de la represión tras el atentado sufrido por Víctor Manuel III en el centro de Tirana en el mismo año. De este modo, para huir de la cárcel o del reclutamiento forzoso, se empezaron a crear pequeños grupos armados con base en las montañas. La situación, potencialmente revolucionaria, seguía en ascenso. En conversaciones entre Enver Hoxha y el líder de estos guerrilleros, Myslim Peza, ambos convinieron, bajo propuesta del primero, el envío de comunistas a las montañas para organizar y dirigir la lucha armada, decisión que fue mimetizada en otros puntos del país. Mientras, las ideas comunistas seguían popularizándose mediante la agitación y propaganda de los militantes. Este contexto propició un nuevo intento de colaboración entre los grupos de Korça y Shkodra. Se creó la Comisión de Arbitraje, pero tampoco dio frutos significativos. No obstante, la organización de Tirana continuaba ganando popularidad y efectuando un trabajo positivo de estructuración del movimiento comunista y de afianzamiento y ampliación de los vínculos con las masas. También se consiguieron establecer relaciones con los líderes más sanos del Grupo de Shkodra, Qemal Stafa y Vasil Shanto. Entretanto, la Alemania hitleriana comenzó su agresión contra la Unión Soviética.

Esta circunstancia fue fundamental para el posterior giro de los acontecimientos acaecidos en el seno del movimiento comunista albanés. Supuso el punto de inflexión entre la disgregación ideológica y política de los diversos grupos comunistas, por un lado, y la unidad que se conquistaría en los meses posteriores, por otro. Aún así, es de que reseñar no pareció ser precisamente el factor ideológico-consciente lo que llevó a los grupos a superar definitivamente sus diferencias. Lo determinante fue —o al menos así lo relata el PTA—su «inmenso amor a su patria y a la Unión Soviética». Planteado en términos más certeros y menos idealistas, podemos decir que la entrada de la URSS en la II Guerra Mundial creó las condiciones necesarias para que los comunistas de un pequeño país como Albania, que no destacaban especialmente por su capacidad ideológica de resolver problemas complejos y novedosos, se vieran a sí mismos capaces de iniciar una lucha de liberación nacional con ciertas garantías de éxito y sintieran la necesidad de crear, al fin, el Partido Comunista de Albania. Así, las diferencias ideológicas no fueron totalmente resueltas como debería haberse hecho en otro contexto, sino que, en cierto modo, fueron aparcadas y puestas a un lado —circunstancia ésta que, naturalmente, tendría sus perjudiciales consecuencias en el futuro—, predominando, entonces, la línea revolucionaria del Grupo de Korça, que preconizaba la lucha antifascista de liberación nacional dirigida por los comunistas. De esta manera, desde la militancia de base, se comenzó la confraternización política y la coordinación entre grupos. Esto se formalizó y fue llevado a un nuevo nivel cuando, en agosto de 1941, los grupos de Korça y Shkodra firmaron un acuerdo de colaboración, al que después se unió el de los Jóvenes, previamente escindido del primero. De las actividades de esta coalición de comunistas destacaron las manifestaciones de octubre y noviembre, que movilizaron a amplias masas contra el fascismo y la represión que éste ejercía. El éxito de estas demostraciones de masas, que siguieron aumentando la influencia comunista entre el pueblo, y la hegemonía conquistada por la línea revolucionaria terminaron de asentar las condiciones para la constitución del Partido Comunista.

La reunión para su creación oficial fue celebrada, en la clandestinidad, entre el 8 y el 14 de noviembre de 1941, en Tirana. Ya en la primera sesión, el día 8, los 15 representantes de los grupos comunistas llegaron al acuerdo formal para fusionarlos todos, disolverlos, y fundar así el Partido Comunista de Albania. En estas jornadas continuó desarrollándose la lucha de dos líneas, y quedó ratificada la derrota de la línea liquidacionista que predominaba en el Grupo de los Jóvenes. Fue elegido un Comité Central provisional. Además, se adoptó firmemente el marxismo-leninismo como única ideología del Partido; se dieron las indicaciones necesarias para abandonar todo prejuicio pretérito y desarrollar el trabajo militante entre los jóvenes, las mujeres y los campesinos, ganando a estos sectores para el comunismo, al igual que al resto del pueblo, a través de acciones políticas y militares; se hizo también hincapié en la imprescindible necesidad de la clandestinidad y el secreto militante. Se estableció que la contradicción principal en ese período de la historia de Albania era la que existía entre las masas populares y el invasor fascista, pasando su resolución por la creación de una República Popular Democrática erigida mediante la lucha armada29. En este sentido, las contradicciones entre las clases trabajadoras y las explotadoras pasaban a ser secundarias, y sólo sería resoluble conquistando la Liberación Nacional, pues la burguesía, los terratenientes y los jefes tribales se apoyaban principalmente en la ocupación imperialista y sus intereses quedaban en ella representados. Por lo tanto, y aunque en Albania no existían partidos políticos antifascistas, se manifestó la necesidad de alianzas con todos aquellos sectores de la sociedad interesados en la independencia nacional, lo que incluía a la burguesía nacional progresista. Esto fue concretado en la idea del Frente de Liberación Nacional —de Albania— (FLNA). Así, sus objetivos sólo podrían materializarse a través de la creación de un verdadero Ejército de Liberación Nacional, genuinamente popular y en condiciones de hacer frente al enemigo fascista. La reunión de constitución del PCA delimitó también los aliados que tendría en la guerra que iba a librar: la URSS, los Estados Unidos y Gran Bretaña. En fin, se estableció un Programa revolucionario que debía significar la vinculación entre las profundas aspiraciones de las masas y las de la revolución albanesa, de tal suerte que permitiera poner indiscutiblemente a los comunistas a la cabeza del movimiento revolucionario-nacional y, por supuesto, que generara las condiciones para enlazar dicha liberación con la revolución socialista.

Como hemos visto, la constitución del Partido Comunista de Albania se desarrolla en unas condiciones realmente específicas que, de no ser analizadas críticamente desde una perspectiva materialista-histórica, es decir, consecuentemente marxista, podrían conducirnos a numerosos equívocos; por lo mismo, trataremos ahora de sintetizar sucintamente todo lo relatado explicitando su significación histórico-política.

En primer lugar, el rasgo esencial que caracteriza a Albania en la primera mitad del s.XX es su exacerbado atraso económico y, en consecuencia, también político e ideológico. El PCA no se constituye hasta 1941, fecha que lo sitúa, con toda seguridad, entre los Partidos Comunistas más tardíamente creados a nivel mundial. De cualquier manera, aún así, es de los primeros partidos políticos que aparecen en Albania30. Ahora bien, ¿por qué etapas discurre la conquista para el comunismo revolucionario de los diferentes sectores de la clase? Las fases que hoy en día identificamos para la reconstitución partidaria —hegemonización de la vanguardia teórica y de la vanguardia práctica, sucesivamente— pueden también sondearse en el caso albanés y, en general, en cualquier lugar del mundo donde haya existido un genuino Partido de Nuevo Tipo. No obstante, por las particulares condiciones históricas que impone la existencia de un Ciclo Revolucionario en marcha —las cuales ya hemos descrito más arriba—, dichas etapas se solapan e interpenetran, se entremezclan, avanzan y retroceden de forma mucho más difusa, poco definida y espontánea que en nuestro contexto, pues en nuestros días ninguna espontánea efervescencia de masas vendrá a suplir las carencias de una vanguardia, por lo general, impotente. Esto tiene razones obvias. Es que, en definitiva, la historia de la lucha de clase del proletariado revolucionario es la pugna existente la línea proletaria y la línea burguesa, contradicción que en otro plano —el histórico-universal— se expresa como la oposición constante entre la consciencia y la espontaneidad, entre la táctica-Plan y la táctica-proceso, entre la iniciativa revolucionaria y la gris inercia de lo dado. Se puede visualizar esto de una manera harto gráfica sólo comparando las condiciones y el desarrollo de la Comuna de París, primera revolución proletaria y antesala del Ciclo de Octubre, con, por ejemplo, la reconstitución partidaria y el inicio de la guerra popular en el Perú, uno de los últimos y más elevados procesos revolucionarios, eslabón intermediario entre Ciclos. Mientras en la primera experiencia el poder político prácticamente cae en manos de los obreros parisinos, en la segunda es la ideología revolucionaria del proletariado la que vertebra y articula toda la revolución, desde la conformación del movimiento político de nuevo tipo —es decir, la reconstitución del Partido Comunista— hasta la edificación del Nuevo Poder mediante la guerra de clases. Entre medias se intercalan todo un abanico de acontecimientos en los que el nivel de consciencia revolucionaria se dibuja en forma de gradiente, como si de una escala cromática se tratara, suponiendo cada hito la superación del anterior31. No en vano nuestros clásicos siempre han dicho que el Comunismo suponía el paso del reino de la necesidad al reino de la libertad, tránsito respecto al cual las sociedades clasistas sólo están siendo un doloroso momento necesario.

Sin embargo, y dado nuestro particular gusto por subvertir algunas fórmulas o eslóganes ampliamente difundidos que consideramos caducos32, referiremos aquí una reflexión sobre este problema. Y es que, desde Marx y Engels hasta el presidente Gonzalo, pasando por Lenin, Stalin y Mao, los grandes pensadores marxistas han definido siempre la libertad como la conciencia de la necesidad. Tal y como nosotros lo vemos, esta tesis teórica encierra una antinomia ontológica y, llevada hasta su extremo práctico, una tautología de nefastas consecuencias políticas. Pues, si se trata de pasar del reino de la necesidad al de la libertad, pero ésta última es sólo la conciencia —es decir, el conocimiento— de la primera, arribamos a un absurdo mayúsculo: la persona, la clase o la humanidad libre es, sencillamente, aquella que sabe qué (se) necesita —qué es necesario—, independientemente de que posea los medios materiales para su satisfacción, es decir, para la supresión de la necesidad concreta. Ésta es, en fin, la concepción burguesa clásica de la libertad: por un lado, se deriva de su propia posición en el proceso de la producción social —el capital como forma más elevada de valor se impone necesariamente sobre el caduco feudalismo, coincidiendo entonces de manera natural los intereses de la burguesía, su actividad práctica y el curso espontáneo de la historia—, es coherente con el dualismo epistemológico propio del positivismo —el objetivo del pensamiento es, exclusivamente, aprehender las leyes objetivas, necesarias e inmutables, de la materia— y en consecuencia, también, es perfectamente compatible con el imaginario insurreccional burgués que el proletariado heredó fatalmente y cuyas cenizas aún nos estamos sacudiendo de encima —la caducidad de la superestructura y el correspondiente levantamiento de las masas son necesarios y, por lo tanto, inevitables, por lo que la acción “consciente” sólo consiste en deducir cuál es el momento justo para dar el toque de gracia y acompasar lo superestructural a la base económica—; por otro lado, entronca armónicamente con la clase de libertad —¿o deberíamos decir la libertad de clase?— que la burguesía permite a su enemigo: así, el obrero puede ser —por mor de la división social del trabajo y la burguesa libertad de pensamiento— conocedor de su miseria, de su hambre y de su falta de techo bajo el que dormir, pero el hecho de que carezca de los instrumentos para solventar tales problemas es secundario y no afecta a la libertad de su ser. Es más, esta conciencia de la necesidad, para el obrero, sólo puede manifestarse de dos formas, y ninguna de ellas es revolucionaria: por un lado, como ya hemos dicho, en tanto conocida miseria, perpetua e insatisfecha, de las hondas masas proletarias; por otro, como afirmación sistemática de su conciencia en sí, en tanto pugna inercial por la conquista de una posición más o menos holgada —a través de la lucha por el salario y su correlativa integración política en el Estado burgués—, por inestable que sea, en el entramado de relaciones sociales burguesas. Así pues, esa simple conciencia de la necesidad es, para el obrero no sumido en las obscuras profundidades del sistema —y de las que rara vez se sale, pero en las que es fácil caer—, el horizonte de su condición aristocrática, siendo su paradigma ideológico-político la socialdemocracia, cristalizada en primer término en la II Internacional.

En realidad, la necesidad —ya sea física, fisiológica o histórica— es por definición aquello que no puede ser de otro modo, lo que se impone por sí mismo. Así que, si ser libre es comprender aquello que no puede ser de otro modo, hemos quedado reducidos, al momento, a meros espectadores del puro devenir33; o, en el mejor de los casos, a obedientes y razonables reformadores —puede que incluso armados— de lo existente, en el sentido prefigurado por una Historia fetichizada. El hecho de que tanto el bolchevismo como las democracias populares de Europa del Este —y, en general, todos aquellos Partidos y Estados donde triunfara el revisionismo— volvieran inconscientemente y de forma algo transformada a las tesis defendidas por Kautsky y la II Internacional tiene, a este respecto, una profunda significación histórica. No obstante, el marxismo revolucionario tiene otro punto de vista. Ciertamente no existe ninguna necesidad —ni puramente económica (como achacaba Bernstein a Kautsky) ni tampoco genuinamente histórica (como han declarado la mayor parte de los comunistas)— que, por sí misma o con el empujón del proletariado, vaya a acabar con el capitalismo; éste sólo crea la posibilidad de su destrucción y superación revolucionarias, posibilidad que debe ser desarrollada y moldeada conscientemente por la praxis revolucionaria del proletariado.

Aun con todo, debemos comprender y comprendemos el contexto en el que fue pergeñada esta fórmula. Y es que, a fin de cuentas, esta concepción de la libertad como conciencia de la necesidad es otro de esos fósiles que nos lega un Ciclo revolucionario que nace de las cenizas de la revolución burguesa, y que privilegia la defensa del materialismo en su lucha contra el idealismo en perjuicio de la dialéctica; que coquetea más de la cuenta con el positivismo en detrimento de la epistemología marxista; que, en síntesis, trata de dar una fundamentación y un prestigio científicos a una revolución proletaria todavía —en tiempos de Marx y Engels— irrealizable en la práctica, pero cuyos contornos se pueden empezar a intuir. Ésta y otras carencias del marxismo en su nacimiento e infancia son comprensibles y prácticamente inevitables; lo que sí es punible es su mantenimiento acrítico a día de hoy por aquellos que se consideran portadores de la ideología revolucionaria del proletariado. En este sentido, ¿de qué manera concreta pretendemos nosotros subvertir esta formulación? Sencillamente, invirtiendo los elementos. O, dicho en términos más dialécticos, convirtiendo a cada aspecto en su contrario en virtud de su identidad; haciendo de la conciencia el aspecto principal. Así, postulamos que la libertad es la necesidad de la conciencia, en un doble sentido que, según creemos, da bastante de sí. Primero, en un sentido universal, histórico y estratégico, porque es sólo la conciencia —revolucionaria— la que puede, desde la aparición del proletariado en la historia, dar continuidad al movimiento progresivo —que no evolucionistade la materia social: ésta ya ha agotado, en su ciego devenir —que no está predeterminado ni tampoco es azaroso—, todas las posibilidades de desarrollo que tenía; asimismo, únicamente dicha transmutación de estos factores puede cancelar y superar definitivamente —en el Comunismo— la contradicción existente entre el ser y la conciencia social, expresión si se quiere filosófica del problema de la división social del trabajo, base material de la existencia de clases. Segundo, en un terreno más concreto, político y táctico, porque son las sucesivas necesidades que presente y descubra la conciencia social —revolucionaria—, en su proceso de autotransformación material, aquéllas que median entre el estadio actual de la humanidad —la sociedad clasista en su etapa capitalista, y ésta, a su vez, en su fase imperialista— y el luminoso horizonte al que aspira; si antes eran, grosso modo, las necesidades objetivas de la evolución objetiva las que, según se creía, ocupaban la centralidad de la transformación social, ahora deben ser las necesidades objetivas y subjetivas de la transformación subjetiva —es decir, práctico-crítica, que se despliega desde la conciencia pero que revoluciona también lo objetivo— las que marquen la agenda de la revolución. Así, como vemos, las concepciones superadas, que se circunscriben a los problemas de lo objetivo absolutizándolo, quedan suprimidas como tal pero integradas como momento en un todo superior34, que abarca coherente y conscientemente la dialéctica objeto-sujeto en todas sus facetas, variables y ramificaciones.

Pero que no se alarmen nuestros lectores. No hemos olvidado que, en el presente texto, estamos tratando el problema de Albania y no otros sobre dialéctica. No obstante, hemos percibido como imprescindible el abordar estas cuestiones que, en el transcurso de nuestro análisis, colindaban de una u otra manera con la particular historia del país del Adriático.

Como decíamos, pues, las diferentes etapas por la que discurre la constitución del PCA no son tan nítidamente identificables como vayan a serlo, probablemente, en nuestro siglo. Aún así, hay ciertos hitos que podremos usar como referencias más que válidas en aras de entender la dialéctica interna de los acontecimientos. De los cuatro problemas estratégicos de la revolución35, es el primero, lógicamente, el que queda antes resuelto en Albania: la guía ideológica. Como se ha señalado en multitud de ocasiones, mientras la Komintern existió fue ella la que solventó, a nivel internacional, el problema de la dirección ideológica, funcionado como portadora mundial del marxismo revolucionario y asegurando su posición de teoría de vanguardia. El PCA, en concreto, nace sólo dos años antes de que la IC se autodisuelva, factor que dota de mayor especificidad a este Partido. Pero sobre esto volveremos más adelante. Así, la primera tarea de los comunistas en Albania es la de organizar y capacitar a la vanguardia teórica del proletariado. Esta etapa —defensiva política estratégica— abarca, aproximadamente, el período de 1928-1933, desde que nace la primera célula comunista hasta que el movimiento puede empezar a pensar en la revolucionarización de la vanguardia práctica a través de la creación de organismos generados. En este lapso de tiempo, como hemos visto, van naciendo pequeñas células comunistas a lo largo y ancho del país. Aquí juegan su papel fundamental los círculos educativos que ponen en marcha desde un primer momento los comunistas, instrumento mediante el cual consiguen crear una capa de trabajadores e intelectuales revolucionarios en condiciones de ir conformando un movimiento político de nuevo tipo. Los intentos prematuros de conquistar a las amplias masas, por estas fechas, fracasan lógica, absoluta y necesariamente. Además, un factor determinante es la intelectualidad albanesa en el exilio, que mediante la propia Komintern instruye a sus cuadros y, a su vuelta a la patria (1930), van dando forma progresivamente a esa vanguardia teórica y cohesionándola política y organizativamente alrededor la Línea General de la revolución36, cuyo máximo exponente es el Grupo Comunista de Korça —y sus ramificaciones en otros territorios—. En el período de 1933-1935 se desarrolla la fase de equilibrio político estratégico. Lo que la caracteriza es, esencialmente, que la burguesía progresista fracasa en su segunda intentona —insurrección de Fier (1935)— de destronar al reyezuelo albanés, lo cual demuestra a los sectores más atrasados de la vanguardia teórica y a los más avanzados de la vanguardia práctica que sólo el proletariado está en condiciones de ejecutar la liberación nacional y desarrollar la revolución social. Entre 1935 y 1941 se avanza en la ofensiva política estratégica —aunque es una fase muy solapada con la anterior37—, cuando esa vanguardia comunista procede a conquistar masivamente a la vanguardia práctica, creando más y más organismos generados para la lucha sindical en la mayoría de los sectores de la producción. En este sentido, será útil hacer nuevas puntualizaciones. Todo el campo del revisionismo contemporáneo alega, furibundo, la necesidad de estar con las masas en sus luchas cotidianas, espontáneas o sindicales. Necesidad que se desprende, según dicen, del ejemplo dado por el POSDR o, como aquí, por el movimiento comunista albanés, pues efectivamente realizaron un trabajo de masas fructífero a través de las reivindicaciones económicas de la clase obrera. De esta manera, bajo un sucio manto que parece respetar la ortodoxia, esconden el cadáver mismo del marxismo, al que han sacrificado. Olvidan aquí una verdad incontestable, tan elemental como prostituida: el alma del marxismo es el análisis concreto de la situación concreta. En torno al caso albanés —pues es bastante probable que, en un futuro, abordemos el ruso con profundidad—, resulta obvio que los comunistas se enfrentaron a una tarea histórica harto distinta de la nuestra: ante una clase obrera en proceso de conformación histórica —por el retraso global de Albania que ya hemos descrito—, los revolucionarios sólo pudieron ligarse al conjunto de la clase desarrollando y afianzando su constitución como clase-en-sí, que después sería empalmada de manera bastante adecuada con su constitución como clase-para-sí mediante la creación del PCA y el inicio de la guerra popular. Ésta es la razón por la cual los primeros mecanismos de enlace entre la vanguardia comunista y las masas, es decir, la conquista de la vanguardia práctica, se realiza con la creación de organismos sindicales que conviertan la lucha económica espontánea en lucha política, aún de corte tradeunionista; a su vez, esta tarea es desarrollada por los comunistas sólo por el atípico contexto del país, en el que no se había llegado a desarrollar un partido obrero de viejo cuño, o sea, socialdemócrata. En realidad, es éste último el que, en Occidente y otros países como Rusia, carga sobre sus espaldas con la tarea de cohesionar históricamente a la clase obrera. Circunstancia que, también, debería hacer reflexionar a aquellos que dicen, muy seguros de sí mismos, que «Lenin también secundaba huelgas», como si fuera el argumento definitivo para justificar su revisionismo sindicalista. ¿¡Y qué hay de extraño en esto que nos recuerdan constantemente!? ¿Acaso han olvidado que Lenin fue un líder, en primera instancia, precisamente socialdemócrata? Seguramente. ¿Consideran, quizá, que el Partido de Nuevo Tipo surgió mágicamente del cerebro de Lenin, que su materialización le acompaño a él como individuo y que no nació como producto e instrumento histórico concreto del desarrollo de la lucha de clases? Es bastante probable que así sea. ¿No han entendido, por último, lo que implica el propio análisis leninista respecto a la aristocracia obrera y la lucha tradeunionista en el marco del Imperialismo? Obviamente, no.

Lo que nos interesa es que quedan demostradas las razones del trabajo sindical de la vanguardia comunista albanesa, y que su clase obrera se terminó de hacer consciente de sí misma en el transcurso de este proceso. Así fue conquistada la vanguardia práctica, que dirigía, junto a los cuadros rojos y bajo la hegemonía de estos, las organizaciones obreras. Además, los sectores más atrasados de esa vanguardia práctica se convencieron también de la necesaria dirección comunista con las elecciones del 38, donde pudieron comprobar en la práctica sus intenciones verdaderamente progresistas.

Por otro lado, consideramos determinantes dos factores antedichos: la ausencia de partidos democráticos de masas en Albania y la autodisolución de la Komintern dos años después de la constitución del PCA. En otras circunstancias, y viendo, entre otras cosas, la alegría con la que los grupos comunistas entraron a gestionar municipal o barrialmente la dictadura zoguista de manera democrática, la revolución habría sido probablemente abortada de manera similar a como se hizo en el Estado español. La política del Frente Popular fue cálidamente acogida también en el país Balcánico; pero, como hemos apuntado, faltaron, afortunadamente, los actores burgueses necesarios para que el sacrificio de la revolución se consumara. Por lo demás, la II Guerra Mundial y la invasión del imperialismo italiano hizo el resto. Los comunistas ya se habían referenciado como la única fuerza dispuesta a —y capaz de— liberar al país del yugo fascista, y al callejón sin salida en el que estaba su nación sólo se le pudo oponer la revolución. Así, el Partido Comunista de Albania se constituye, a fin de cuentas, por el contexto crítico que crea la guerra imperialista y para transformarla en guerra revolucionaria de masas.

Como último apunte, haremos notar también una significativa deficiencia del PCA que, heredada de la tradición staliniana, condicionaría notablemente su propio futuro. En efecto, este Partido recoge acertada y explícitamente la fórmula defendida por Lenin en el II Congreso del POSDR, según la cual debía considerarse militante del Partido sólo a aquél que formara parte de alguna de las organizaciones del mismo. Pues bien, los albaneses toman esta idea pero dándole un sentido erróneo y organicista: reduciendo las organizaciones del Partido a las células, asimilan el Partido a ese «Estado Mayor» concebido al margen de las masas, aunque se ligue externamente a ellas. Así, sin ser de ello conscientes, renuncian a una concepción más profunda y dialéctica, más coherentemente revolucionaria, del Partido: éste queda reducido a la vanguardia comunista y su aparato político, quedando fuera de su esquema las masas revolucionarias que actúan bajo la dirección ideológico-política de aquélla. Esta desviación organicista, como decimos y como quedará reflejado más adelante, limitará las posibilidades de entender en toda su complejidad la naturaleza del movimiento revolucionario y de su constante autotransformación. Aun con todo, de facto, el PCA se constituye a través de la conquista de la vanguardia práctica, lo que le asegura una primigenia influencia entre las masas que permite desplegar progresiva y coherentemente el proceso revolucionario, cuyas filas se engrosan principalmente a través del ejército, y secundariamente mediante organismos generados más netamente políticos. Queda patente, entonces, que la propia práctica de los comunistas albaneses y, sobre todo, su contenido real y efectivo, va considerablemente por delante de sus concepciones ideológicas y de su conciencia revolucionaria, aún adicta a viejas formas, fórmulas y esquematismos.

La Guerra Popular de Liberación Nacional

Para comprender en toda su amplitud la significación y el papel histórico de la Guerra Popular desarrollada en Albania entre los años 41 y 44, será útil empezar con una verdad indiscutible que postuló Mao:

«Todas las leyes de la dirección de la guerra se desarrollan a medida que se desarrollan la historia y la guerra misma. Nada es inmutable38

En efecto, los revolucionarios chinos captaron, al menos parcialmente, —pues todavía no había sido aprehendida la universalidad de la Guerra Popular (GP) como estrategia militar proletaria— la transformación sustancial que había sufrido la guerra en general y la guerra revolucionaria en particular. Y tal transformación de las leyes de la guerra —siendo ésta sólo la política llevada por medios no pacíficos—, producida por la propia praxis revolucionaria del proletariado, operaba internacionalmente y al margen de las conciencias subjetivas de los pésimos estrategas de la IC, presos de su propia estrechez insurreccional de miras. Los comunistas albaneses estaban, de uno u otro modo, entre dos aguas: sin duda alguna, eran los fieles, obedientes, y abnegados hijos de la tradición de la III Internacional —Stalin y Dimitrov mediante— y arrastraban consigo todas sus limitaciones; por otro lado, y de esto no cabe duda, empezaba a ejercer una poderosa influencia sobre ellos —directamente e indirectamente, de forma abierta y velada— la revolución china, que poco a poco iba recogiendo el testigo caído de las manos de los comunistas soviéticos. Así, el PCA ejecutaría una política de contenido novedoso bajo unas formas conceptuales manifiestamente caducas:

«En las circunstancias de la ocupación de Albania y de la Segunda Guerra Mundial, era imposible que la insurrección armada se produjera como un solo y espontáneo estallido y que el ejército popular revolucionario se creara de inmediato. El desarrollo de la insurrección armada y la creación del ejército de liberación nacional constituía todo un proceso. Esta idea se reflejaba claramente en una de las tareas políticas que señaló la Reunión para la organización del movimiento guerrillero: la creación de grupos guerrilleros en ciudades y campos, como esqueleto del futuro ejército popular y como base real para organizar la insurrección general39

Como es visible, el PCA nunca adoptó conscientemente el concepto de guerra popular40, aunque el contenido específico de la lucha que libraron fuera ése e incluso, a veces, utilizaran dicha locución de manera inconsciente o subsidiaria. De cualquier modo, sabemos que la práctica totalidad del campo del revisionismo podría aceptar sin demasiado problema que la revolución en Albania adoptara la forma de Guerra Popular, tal y como la asumen para el caso chino: tal estrategia militar es adecuada, dirán, para los países de abrumadora mayoría campesina, semifeudales y/o semicoloniales —o, quizá, inmersos en una guerra como la II GM—. Así, caricaturizando la GP en el axioma que reza «rodear la ciudad desde el campo», creen poder circunscribir la guerra revolucionaria de masas a los países atrasados, abrazando alegremente en sus civilizados centros imperialistas una pacífica acumulación de fuerzas que ni acerca la insurrección que imploran a cada crisis —verdadero Demiurgo de la realidad, para ellos— ni tampoco logra ninguna reformilla aristobrera de cuantas lloran al Estado burgués. Lo que nunca comprenderán tales individuos es que los elementos novedosos y universales del marxismo, que solucionan problemáticas también históricamente nuevas, surgen precisamente de la ruptura consciente de aquellos eslabones débiles de la cadena imperialista; y, a su vez, que esos eslabones débiles no lo son exclusivamente por factores estrechamente económicos, sino que una ideología revolucionaria y una política acorde son sobradamente capaces de crear las fracturas necesarias para que aquel eslabón sea destruido. Un buen ejemplo puede ser el mismo Partido de Nuevo Tipo: su aparición histórica es fruto de multitud de factores, subjetivos y objetivos, entre los cuales está, sin duda, el atraso y la tosquedad represiva de la autocracia zarista rusa, con su realidad predominantemente agraria; no obstante, nadie niega su obvia universalidad como principal instrumento de la revolución —aunque las más de las veces se malinterprete su propia naturaleza— ni pretende que los Partidos obreros de Nuevo Tipo sirvan sólo para países autocráticos. Entonces, ¿por qué hacer una operación análoga con la Guerra Popular, desechándola para los países imperialistas? Sólo hay una respuesta: por haber renunciado a priori a la revolución. «¡Pero en el Occidente imperialista no se ha hecho ninguna revolución aún mediante la Guerra Popular!», alegarán con convencimiento. Y esto es completamente cierto. Tanto como que, en general, ningún Partido Comunista ha hecho la revolución en un centro imperialista, ya sea bajo formas insurreccionales o de guerra prolongada, con la consabida diferencia de que, en realidad, la insurrección ya ha sido puesta a prueba demostrando claramente su total e inobjetable fracaso. Así las cosas, es obvio que los argumentos esgrimidos por el revisionismo para desechar la GP son tan falaces que, aplicados consecuentemente, deberían hacerles también desahuciar la idea del Partido Comunista como instrumento de la revolución. Nada esperamos de los sacrificados activistas más fieles a sus siglas que a su clase; pero ¿contribuirán a tal despropósito los camaradas honestos que, coyunturalmente, comparten organización con los epígonos —hoxhistas, trotskistas, jruchovistas, brezhnevistas o maoístas, nos da lo mismo— del sindicalismo?

Tras esta necesaria diatriba, continuemos con el desarrollo de la revolución en Albania.

El Partido Comunista de Albania, recién nacido en 1941, siguió desarrollándose hacia finales de ese mismo año y en los albores de 1942. Se enfrentaba ahora a 100 mil soldados de ocupación italianos, con Mustafa Kruja a la cabeza del gobierno títere. Éste era, por lo visto, el «hombre fuerte» de los invasores, encargado de barrer a los comunistas y mantener el sojuzgamiento del pueblo albanés. Tras la Reunión de constitución del PCA, 200 cuadros comunistas fueron repartidos a lo largo y ancho del país, con el objetivo de dar vida a nuevas células y crear un total de 8 comités regionales. También se construyó la Juventud Comunista y sus respectivas organizaciones, tras lograr destruir total o parcialmente las asociaciones deportivas y culturales que los fascistas usaban para encuadrar a los jóvenes y mantenerlos bajo su influencia ideológica y política. Por estas fechas existen ya numerosos núcleos guerrilleros, que tienen presencia en casi todas las ciudades del país y están dirigidos por los comités regionales. Estos núcleos constaban de entre 5 ó 10 personas, y su composición solía basarse en comunistas, jóvenes revolucionarios y simpatizantes. Al poco tiempo, el Comité Central del Partido decidió preparar la creación de destacamentos guerrilleros, que tuvieran una mayor capacidad operativa que los núcleos. De cualquier modo, mientras tanto, tales núcleos desarrollaban acciones como la eliminación de oficiales y cuadros fascistas, la supresión de soplones y colaboracionistas, así como la destrucción de objetivos militares como depósitos. Dichas acciones se desarrollaban en ciudades como Tirana, Vlora, Korça, Shkodra, Gjirokastra, etc. También se organizaron manifestaciones antifascistas de masas; muchas de ellas derivaban en violentos enfrentamientos con el enemigo, donde cayeron los primeros miembros del Partido.

Durante el primer tercio de 1942, el Partido comprendió dos elementos fundamentales para que fuera posible el desarrollo positivo de la guerra que estaban librando: por un lado, se manifestó la necesidad de oponer un Poder político revolucionario al viejo poder terrateniente-burgués, ahora también fascista e invasor; por otro lado se entendió que sin sumar las mayoritarias fuerzas del campesinado a la revolución ésta jamás podría triunfar. Así, en febrero de 1942 se hizo por primera vez el llamamiento a la creación de Consejos de Liberación Nacional, concretamente

«como órganos para organizar y movilizar al pueblo en la lucha antifascista, y, al mismo tiempo, como “gérmenes de nuestro futuro gobierno”. Los consejos estaban llamados a servir de importantes nudos de ligazón del Partido con las amplias masas populares y como eslabones de unión de éstas en el Frente de Liberación Nacional41

Queda patente, pues, la concepción profundamente revolucionaria de los comunistas albaneses: no se trata sólo de ganar la guerra, y mucho menos de ganarla para volver a la normalidad de la dictadura burguesa en cualquiera de sus formas no fascistas; debía convertirse aquélla en guerra revolucionaria, lo que implicaba la creación de vacíos de poder y la edificación de Nuevo Poder rojo.

Después, junto con otra serie de problemas, se trató la cuestión campesina en la Conferencia Consultiva celebrada en abril del mismo año. Allí se estableció la justa actitud del Partido respecto al campesinado y la necesidad de romper con los viejos prejuicios que hacía a los cuadros desdeñar a los trabajadores agrícolas. Similares opiniones reaccionarias debieron ser vencidas respecto al trabajo entre las mujeres y la juventud. Asimismo, se postuló la línea a seguir para con los sectores de la burguesía patriota —es decir, nacional—: debían aliarse con todos los sectores dispuestos a luchar contra el ocupante, disipar las indecisiones de los sectores vacilantes para ganarlos para la revolución y, por último, neutralizar a aquellos que no tomaban parte directamente en ninguno de los dos bandos.

Entretanto, el imperialismo italiano empezaba a percatarse del potencial peligro que suponían los comunistas a la cabeza de la liberación nacional y su correspondiente movimiento guerrillero. Entre nuevas medidas represivas y propaganda anticomunista, el gobierno títere ejecutó, bajo prescripción de Roma, algunas medidas formales para generar la ilusión de la autonomía de Albania: se retiraron las haces de lictor y la corona de Savoya de la bandera albanesa y le añadieron el adjetivo «Nacional» al Partido Fascista de Albania.

Pero no todo iba sobre ruedas en el seno del PCA. Tal y como hemos señalado con anterioridad, la lucha de dos líneas no fue abordada como, con toda seguridad, se hubiera hecho en un contexto diferente, menos apurado por la inminencia de la guerra. Así, el Partido nació como fruto de cierta clase de compromiso, y pervivían profundas diferencias ideológicas en su seno, latentes pero siempre amenazantes. Naturalmente, el Partido —y cualquier otro destacamento comunista prepartidario— está siempre atravesado por la lucha de dos líneas, que toma cada vez formas diferentes en relación al estado del movimiento; lo particular en este caso, y fruto de esa resolución sólo parcial de las disensiones teóricas, es que exactamente las mismas desviaciones trotskistas que se habían detectado años atrás volvieron a la superficie, capitaneadas incluso por prácticamente los mismos individuos. De esta manera, y para hacer frente a la actividad fraccionalista, ejecutada por buena parte de los antiguos componentes del Grupo de los Jóvenes y denunciada por la dirección del Partido, se convocó una Conferencia Extraordinaria —presidida por el propio Enver Hoxha— en junio de 1942, de la que resultaron expulsados Anastas Lula y Sadik Premte, principales cabecillas, así como algunos otros colaboradores. Lo curioso de los hechos, y éste es el motivo por el que lo traemos a colación, es la actitud tomada por el Comité Central, que alegaba lo siguiente:

«Los fraccionalistas expulsados del Partido no debían serlo definitivamente, sino que había que ayudarlos a comprender sus faltas y hacer todo lo posible para que regresasen a las filas del Partido aquellos que podían enmendarse42

Nos preguntamos simplemente, y creemos que de manera totalmente legitima, si ciertos fervientes admiradores de Hoxha no condenarían estas mismas palabras bajo la acusación de conciliacionismo y colaboración de clases si hubieran sido expresadas por boca de cualquier revolucionario chino.

En fin, para el verano de 1942 ya estaban operativos los destacamentos guerrilleros en ciudades como Peza, Kurvelesh, Gora, Skrapar, Mokra, Shkodra, Devoll, Dibra y Mat; estos, a su vez, gozaban de una potencia militar mucho mayor que los viejos núcleos, lo que les permitió limpiar las primeras zonas, expulsar al ocupante y generar vacíos de poder que, en efecto, fueron rellenados con los primeros Consejos de Liberación Nacional. Los destacamentos constaban de entre 50 y 60 combatientes, y estaban dirigidos por un comisario político del Partido y un comandante que no solía ser comunista. Había también una célula del Partido por destacamento.

Poco después apareció, también, el periódico «Zëri i Popullit» (La Voz del Pueblo), que jugaría un importante papel en la propaganda de las ideas y la línea política comunistas.

Para seguir consolidando la lucha de liberación nacional, así como su materialización sociopolítica y militar, el Partido convocó en septiembre la Conferencia de Liberación Nacional de Albania. En la misma participaron los comunistas y diferentes tendencias de nacionalistas, incluidos los zoguistas de Abaz Kupi. Para la consecución de los objetivos propuestos, que se podrían resumir en lograr la unidad del pueblo albanés contra el ocupante fascista, se crearon las bases de la política preconizada por el PCA desde su Reunión constitutiva: el Frente de Liberación Nacional, que agrupaba a todas las clases y capas dispuestas a luchar contra la invasión y por la independencia del país. Asimismo, se eligió un Consejo General provisional y se adoptó la plataforma política elaborada por el Partido. Dada la inexistencia de otros partidos políticos antifascistas en Albania, el Frente no se constituyó como coalición de partidos, circunstancia que, a su vez, allanó el camino para la ratificación del papel del PCA como organización dirigente. Además, se abrazó la concepción revolucionaria de los Consejos a través de un informe presentado por el propio Hoxha. Como se decía en él, los Consejos debían asumir todas las tareas de gobierno en las zonas liberadas —seguridad, abastecimiento, comercio, siembra y recolección, enseñanza, prensa, cultura, etc—, y en las bases de apoyo aún no liberadas habían de funcionar como órganos de combate, de financiación y colecta de recursos materiales, contrainformación, boicot, etc. Vale añadir que, en los hechos, la guerra popular en Albania también se desarrolló del campo a la ciudad, pues éstas representaban los baluartes de los ocupantes, y aquél la base esencial del movimiento revolucionario. Esto, naturalmente, está indisolublemente relacionado con el carácter de la revolución albanesa —de nueva democracia—, lo que implica, además de la problemática nacional, el problema agrario. Así, como en China, la fuerza motriz de la guerra popular albanesa era el campesinado. Así lo expresa el propio PTA:

«Por lo general para la creación de los destacamentos guerrilleros se procedía de la siguiente manera: los comités regionales del Partido enviaban de la ciudad al campo, a las montañas, a algunos miembros del Partido, a jóvenes comunistas y a simpatizantes, aguerridos en los combates de los núcleos guerrilleros, con la tarea de organizar destacamentos. En torno a esos núcleos, se engrosaban los destacamentos principalmente con campesinos. El campo llegó a ser la base y reserva principal de los destacamentos guerrilleros43

En añadidura, tras la Conferencia de Peza, también fueron creados numerosos destacamentos voluntarios —es decir, milicias locales— en las aldeas, que se ocupaban de la autodefensa y de la asistencia a los destacamentos en las operaciones militares de mayor entidad; funcionaban asimismo como reserva de las unidades guerrilleras cuando éstas tenían que ser, por cualquier motivo, completadas.

Mientras, lógicamente, la reacción no se resignaba a quedarse de brazos cruzados, y se dotó de sus propias organizaciones que trataban de competir con el Frente de Liberación Nacional. Nacía así el «Balli kombëtar»44 (Frente Nacional) a finales de 1942, una organización nacionalista en la que estaba representada la gran burguesía comercial, los intelectuales reaccionarios, los campesinos ricos y terratenientes, el clero, etc.; colaboraba con los ocupantes y albergaba pretensiones de liquidar la guerra popular liderada por el Partido Comunista. Esta organización, en efecto, logró ciertos apoyos y una base social que la sostenía, fundamentalmente entre los campesinos más atrasados políticamente. Postulaba, en esencia, que el pueblo albanés no debía tomar las armas sino «esperar el momento oportuno». Naturalmente, esta contingencia era una contrariedad en el desarrollo de la revolución. Buena parte de las bases, entendiendo el carácter de clase de esta organización, llamaba a combatirla directamente con las armas. La dirección del Partido, en cambio, comprendió que debía forzar al «Balli» a abandonar su ambigüedad política para que, o bien se sumara a la lucha de liberación, o bien se desenmascarase ante las masas sobre las que ejercía influencia.

Por lo demás, 1943 empezaba de forma esperanzadora para el pueblo albanés y su Partido Comunista. En los primeros meses del año, los ocupantes se vieron obligados a destituir a varios gobiernos títeres, dada su incapacidad manifiesta para barrer el movimiento revolucionario. En otras palabras: la crisis política inducida por la actividad revolucionaria y consciente del Partido y el Frente era cada día más aguda. Además, en el plano internacional, febrero comenzaba con la victoria soviética en Stalingrado, lo que supondría un punto de inflexión para la II Guerra Mundial, y tendría también sus obvias repercusiones en la propia Albania. Alguna otra buena noticia llegó en marzo, con la disolución definitiva del trotskista Grupo «Zjarri» que, por cierto, había entrado en las filas del «Balli kombëtar», lo cual también suponía un certero golpe para éste. Aún así, el «Balli» estaba ya totalmente involucrado en las acciones contrarrevolucionarias: había firmado un acuerdo secreto con los fascistas y uno de los miembros de su Comité Central fue nombrado primer ministro, en el marco de ciertas aparentes reformas que querían generar la ilusión de que se había fundado, al fin, un Estado albanés independiente. Naturalmente, esto era falso: seguía en pie aquella «unión personal de Albania con Italia» y Víctor Manuel III seguía siendo su rey.

En este contexto se celebró la I Conferencia Nacional del PCA, desarrollada a mediados de marzo de 1943. De entre todos los temas discutidos, destacan principalmente algunas resoluciones tomadas: primero, por su importancia, hay que resaltar la decisión que se tomó en torno a la guerra, pues se concretó la necesidad de crear el Ejército de Liberación Nacional Albanés (ELNA), a través de la confluencia entre los destacamentos guerrilleros y las fuerzas locales de voluntarios. El ELNA y su Estado Mayor General fueron finalmente creados el 10 de julio, con Enver Hoxha como secretario político —en la I Conferencia ya había sido elegido como Secretario General del PC— y bajo el paraguas del Consejo General de Liberación Nacional. El ELNA, para entonces, contaría con unos 10 mil combatientes en unidades guerrilleras permanentes, y otros 20 mil entre los destacamentos voluntarios de las zonas liberadas y los núcleos guerrilleros de los territorios ocupados. También fueron creadas fuerzas auxiliares en la retaguardia, que hacían las veces de policía popular. Asimismo, acertadamente, «la Conferencia pidió a los comunistas que comprendiesen bien que el frente principal de trabajo del Partido, en aquellos momentos, era el ejército»45 —lo que hoy definiríamos como militarización del Partido—. Aparte de esto, se acordó la creación de nuevos organismos generados para el trabajo entre las mujeres y la juventud, particularmente a través de la Juventud Antifascista Albanesa y el Frente Antifascista de Mujeres. Por otro lado, se incidió en la necesidad de arrancar a las masas campesinas —sin distinción de clase— de la influencia del «Balli», multiplicando los esfuerzos dedicados al trabajo en el campo e incorporando a dichas masas a la lucha armada.

Tras la creación del ELNA, las fuerzas armadas revolucionarias tenían ya capacidad operativa a nivel de batallón, grupo e incluso brigada. No obstante, el conflicto armado seguía revistiendo la forma de guerra de guerrillas, táctica que procuró múltiples éxitos para el Partido y numerosas bajas tanto para los italianos como para los alemanes, que para esas fechas habían ya empezado a operar en suelo albanés. Por lo demás, la actitud colaboracionista del «Balli» y las consecuencias que ésta generaba continuaban creando las condiciones necesarias, y en efecto así sucedía, para que las masas campesinas atrasadas vieran en el Partido Comunista la única fuerza política capaz de defender los intereses nacionales y de liberar al país de los ocupantes nazifascistas. No obstante, ni el Partido ni el Consejo General de Liberación Nacional cejaban en su intento de separar al «Balli» del sendero capitulacionista, y se establecieron conversaciones y encuentros con el objetivo de hacer aceptar al «Balli» la línea político-militar del Frente de Liberación Nacional. Irónicamente, aquellos diálogos tuvieron el resultado opuesto: los delegados comunistas se plegaron ante las exigencias de la burguesía y establecieron acuerdos46 que, de una u otra manera, situaban al «Balli» a la misma altura del Frente, accediendo a compartir méritos y, lo que es más preocupante, también el poder político en la futura Albania independiente. Afortunadamente, estos acuerdos no fueron suscritos ni por el Partido ni por el FLNA: pues éste último, en su II Conferencia, respaldó y profundizó la línea revolucionaria hasta ahora seguida, declarando a los Consejos como único poder político de Albania, ampliando y democratizando su Consejo General e incorporando dentro del FLNA también a la Unión de la Juventud Antifascista, la Unión de Mujeres Antifascistas y a la Unión de los Universitarios Antifascistas, organizaciones de masas previamente creadas por el PC, aunque con otros nombres.

En paralelo, la situación militar daría un brusco giro en las postrimerías del verano de 1943. Dado el desarrollo internacional de la II GM y las derrotas en diversos frentes de los ejércitos italiano y alemán, así como la caída de Mussolini en junio del mismo año, las tropas de Roma firmaron su capitulación el 8 de septiembre. El PCA hizo un llamamiento a los soldados italianos para que se rindieran ante el ELNA; sólo 15 mil de ellos lo hicieron, y 1.500 de ese total se pusieron bajo las órdenes del Estado Mayor, creando el batallón Antonio Gramsci. Por lo demás, el ocupante fascista italiano fue sustituido… por 70 mil hombres de la Alemania hitleriana. Ocuparon vastas zonas del país, pero las fuerzas revolucionarias conservaron la mayor parte de los territorios liberados. Los nazis siguieron la misma táctica que los imperialistas italianos: tratar de confundir a los albaneses adoptando medidas que, formalmente, reconocían la independencia del país, a la vez que arrasaban aldeas y a sus pobladores y prometían vengar, multiplicando por 20 ó 30, cada soldado alemán muerto.

En el contexto de esta nueva ocupación, los alineamientos de clase tuvieron necesariamente que variar. Naturalmente, las clases altas viraron su vista de Roma a Berlín, y se aliaron alegremente con los nazis. Igualmente, el Partido Comunista consideró que el «Balli» se había pasado ya definitivamente al campo de la reacción, y abandonó cualquier veleidad pactista con ellos. Nuevas contradicciones afloraron en el seno mismo del FLNA: Abaz Kupi, zoguista integrado tanto en el Consejo General como en el Estado Mayor, creó el «Legaliteti», que representaba los intereses de la fracción burguesa-terrateniente interesada en la vuelta de Zog y, por extensión, orientada exteriormente hacia el imperialismo inglés. Así definía el propio PTA los bloques de alianzas existentes en ese momento:

«El movimiento revolucionario sopesó estas fuerzas y las dividió en dos bloques, enemigos mortales el uno del otro. De un lado, la mayoría abrumadora del pueblo —la clase obrera, el campesinado pobre y medio, la pequeña burguesía y la mayor parte de la burguesía media de las ciudades, los intelectuales patriotas y los elementos aislados de las capas superiores, unidos y organizados en el Frente de Liberación Nacional bajo la dirección del Partido Comunista. (…) Del otro lado, —los grandes terratenientes, los bairaktars, la burguesía reaccionaria, la mayoría de los campesinos ricos, el sector reaccionario de los intelectuales y del clero, reunidos en organizaciones y grupos heterogéneos sin vínculos sólidos entre sí47

En el otoño de 1943 las fuerzas revolucionarias tuvieron que vencer las pretensiones injerencistas del imperialismo anglo-norteamericano, así como la intención de crear un gobierno albanés en el exilio, encabezado por Zog. En este marco, tanto el ELNA como los Consejos de Liberación Nacional fueron ampliamente reforzados y sus filas generosamente engrosadas. Hecho que, por cierto, fue muy útil a la hora de enfrentar con garantías de éxito la gran campaña militar nazi en el invierno de 1943-44. A pesar de la amplitud de esta campaña ofensiva —se llegaron a movilizar unos 45.000 solados alemanes—, de la superioridad técnica y numérica del ocupante y el terror blanco desatado por doquier, el ELNA no sólo no fue vencido sino que salió reforzado: en el transcurso del invierno fueron creadas la IV, V, VI y VII brigadas. Ya en primavera, vencida la campaña hitleriana y con las tropas del Ejército Rojo soviético avanzando por el Este, la iniciativa pasó a manos de las fuerzas armadas revolucionarias —que ya contaban con unos 35.000 combatientes regulares—, desatando la contraofensiva. Fueron recuperadas la mayoría de las zonas liberadas que habían sido reocupadas por los nazis, los cuales, como hicieron en su día los italianos, se refugiaron principalmente en sus bastiones urbanos. Nuevas tentativas y maniobras tuvieron que ser enfrentadas, pues ni las fuerzas nazis ni el imperialismo inglés y norteamericano renunciaban a abrazar a Albania con sus respectivos tentáculos.

Mientras, había sido convocado para mayo el I Congreso Antifascista de Liberación Nacional (Congreso de Përmet). Éste fue desarrollado entre los días 24 y 28 del mes indicado. El I Congreso Antifascista tenía atribuciones históricas para el pueblo albanés: eligió al Consejo Antifascista de Liberación Nacional (CALN) como cuerpo legislativo y ejecutivo supremo y representante del Estado albanés. Éste, a su vez, debía formar un Comité Antifascista como gobierno democrático popular provisional. Enver Hoxha fue nombrado su presidente. Se prohibió el regreso de Zog al país, y se anularon todos los acuerdos internacionales por él firmados. En definitiva, fue creado así el Estado albanés de Democracia Popular —en formación, añadimos nosotros—, que tenía aún por delante la completa liberación del país:

«Por su contenido de clase y por las funciones que ejercía, el Poder de los consejos de liberación nacional representaba una dictadura democrática de las fuerzas revolucionarias bajo la dirección directa y exclusiva del Partido Comunista48

Declaración, que, si la sumamos a la anterior descripción de los dos bloques enfrentados que hacía el propio Partido albanés, es indistinguible de esta otra de Mao, por mucho que le pueda pesar al revisionismo proalbanés:

«Toda la experiencia acumulada por el pueblo chino durante varios decenios nos enseña a ejercer la dictadura democrática popular, lo que significa privar a los reaccionarios de palabra y dar ese derecho sólo al pueblo.

¿Qué se entiende por pueblo? En China, en la presente etapa, por pueblo se entiende a la clase obrera, el campesinado, la pequeña burguesía urbana y la burguesía nacional. Dirigidas por la clase obrera y el Partido Comunista, forman su propio Estado, eligen su propio gobierno y ejercen la dictadura sobre los lacayos del imperialismo, es decir, sobre la clase terrateniente y sobre la clase capitalista burocrática, así como sobre sus representantes, los reaccionarios del Kuomitang y sus cómplices (…)49

En efecto, las revoluciones china y albanesa son prácticamente idénticas en términos histórico-universales, por las características socioeconómicas de cada país, el cuadro de fuerzas internas y su correlación, la injerencia y ocupación imperialista, las alianzas de clase establecidas y las etapas y tareas de la revolución. Quizá, por hilar fino, la diferencia más reseñable sea el poderío de la burguesía nacional china, proporcionalmente mayor —es decir, en un sentido relativo, pues es obvio que en lo absoluto la burguesía china sería varios cientos de veces superior numéricamente— en comparación con la albanesa —lo que, desde nuestro punto de vista, explicaría bastante bien el mismo devenir de la revolución china50 y las desavenencias sino-albanesas—. En este sentido, las críticas de Reconstrucción Comunista a la nueva democracia maoísta son totalmente infundadas, fruto de una total confusión teórica, de sus limitaciones kominternistas y de la mezcolanza de cuestiones históricas. Llegan incluso al sinsentido de recomendar Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática (Lenin)… ¡para refutar y demostrar lo erróneo de la revolución china! Dada esta clase de argumentación, comprendemos el porqué de su general desorientación. Quizá no se hayan percatado de que si la revolución democrática en China —y, por cierto, como hemos demostrado, también en Albania— requiere del concurso de la burguesía nacional es, más allá de su semifeudalidad, porque es un país semicolonial oprimido por el Imperialismo. Justo en las antípodas de esto se situaba el Estado ruso, país atrasado en todos los aspectos pero imperialista, que no estaba precisamente oprimido semicolonialmente sino que era sojuzgador de otras naciones en el interior mismo de su territorio. Ésta es una razón fundamental para comprender la rauda deserción de la burguesía urbana rusa del campo de la revolución y la necesaria alianza con esta clase que se establece en China y Albania: mientras el capital industrial del país de Lenin ya había llegado a una situación bastante acomodaticia bajo el régimen zarista, la burguesía urbana china y albanesa no podían desarrollarse naturalmente bajo la bota de las potencias imperialistas. De aquí, también, la confusión de RC: adoptando el modelo ruso como inmediatamente universal, hablan de tres fases consecutivas de la revolución: antiimperialista junto a la burguesía; de dictadura democrático-popular junto al campesinado; y socialista o de dictadura proletaria. Además de ser éste un esquema falso —¿acaso no es verdad que buena parte del campesinado es precisamente parte de la burguesía (agraria), sobre todo en el caso ruso?, ¿qué sentido tiene entonces separar una supuesta fase antiimperialista de una democrático-popular, si ambas representan alianzas interclasistas?—, está lejos de comprender los aportes de Mao en este sentido. Lo que hace con su nueva democracia es dar coherencia interna y concatenación a las fases de la revolución que, hasta entonces, ni la IC en particular ni el comunismo internacional habían sabido solucionar: caían en el derechismo interclasista, incapaz de asegurar la dirección proletaria y comunista de todo el proceso51, o en el izquierdismo de estilo trotskista al no saber siquiera cómo afrontar la etapa democrática.

Al margen de todo esto, conviene señalar que, como colofón del Congreso Antifascista, el Estado Mayor del ELNA —que ya había elaborado un plan estratégico y táctico para la completa liberación del país— ordenó lanzar la ofensiva general para lograr la expulsión total del enemigo de suelo albanés. Exactamente al mismo tiempo, las fuerzas reaccionarias, esencialmente alemanas pero también ballistas y zoguistas, lanzaron una nueva campaña movilizando a unos 50 mil hombres. Ésta, pasado cerca de un mes, fracasó como lo hizo la de invierno, y las fuerzas revolucionarias se lanzaron decididamente a la contracampaña que pilló desprevenido al enemigo. Nuevas operaciones militares de la reacción fueron derrotadas en julio y agosto, y para finales de octubre todo el sur del país estaba barrido y sin un solo soldado nazi. En estas fechas, también, fue celebrada la Segunda Reunión del Consejo Antifascista, que nombró al Comité Antifascista como Gobierno Democrático de Albania. Para entonces, el ELNA era ya todo un ejército regular que contaba con 70 mil combatientes, de los cuales 9 de cada 10 eran campesinos52. Por lo demás, el «Balli» y el «Legaliteti», así como sus organizaciones armadas aliadas con el ocupante nazi, habían sido barridas en los combates. Entre el 29 de octubre y el 18 de noviembre se realizó una operación que liberó a la capital, Tirana. Apenas 11 días después, el 29 de noviembre, eran expulsados los ocupantes de la última ciudad: Shkodra. Así, la dictadura democrática popular y revolucionaria del Estado albanés fue, por fin, impuesta en todo el territorio nacional.

Una vez repasados los hechos sumariamente, no estará de más, como ya hicimos respecto al problema de la constitución del Partido, sintetizar críticamente, en perspectiva, la significación de lo relatado. En primer lugar, señalaremos lo obvio: el Partido Comunista de Albania sólo es capaz de ejecutar una praxis revolucionaria a través de la guerra de masas. Además, como hemos demostrado, logra constituirse exclusivamente en el contexto de la guerra imperialista dada y de la ocupación sufrida, lo que, sumado a las particularísimas condiciones concretas del país y a sus necesidades históricas, crea los requisitos necesarios para que un movimiento comunista realmente bisoño y profundamente fragmentado lidere la liberación nacional y se dirija, sin interrupciones, hacia la revolución socialista. Así, una vez iniciada la guerra popular, en defensiva militar estratégica, las acciones armadas tienen como primer objetivo golpear a la cabeza de la reacción, eliminando a cuadros políticos y militares del viejo poder. Progresivamente se van creando vacíos de poder que el Partido logra rellenar conscientemente con el nuevo poder de las masas armadas. Además, para desdicha de ciertos antimaoístas, y tal y como el PTA reconoce haciendo memoria, la principal fuerza motriz de la revolución fue el campesinado —sin especial distinción de clase en su interior—, y las bases de la revolución se establecieron en el campo. En otras palabras: en lo que concierne a las fuerzas de la revolución, al establecimiento de las bases de apoyo y a la forma que adopta la toma total del poder —del campo a la ciudad—, no existe diferencia alguna entre la experiencia china y la albanesa. Naturalmente, esta mayoría campesina, ni en uno ni en otro país, modifica la dirección del proceso: en ambos casos es el proletariado revolucionario, encarnado en Partido Comunista, el que dirige omnímodamente la guerra y la transformación social. Por lo demás, la defensiva militar estratégica abarca, en Albania, el período aproximado de 1941-1943. Concretamente, esta etapa dura hasta que el imperialismo italiano firma su capitulación en septiembre. Para esta fecha, el nuevo poder revolucionario de las masas armadas había ganado experiencia, profundidad y amplitud por vastas zonas del país, conquistando la capacidad política y militar de enfrentar al enemigo en una nueva escala, y habiendo ampliado su base de masas en el transcurso de la guerra. El equilibrio militar estratégico se desarrolla entre la capitulación italiana —que, recordemos, coincide temporalmente, grosso modo, con la ocupación hitleriana— y la derrota de la campaña de invierno de las hordas nazis. De esta manera, la ofensiva militar estratégica comienza con la contracampaña desatada por el ELNA en la primavera de 1944, conquistando finalmente la liberación completa algo más de medio año después.

Pero ¿cuál es la esencia de este proceso revolucionario?; ¿qué factores decisivos posibilitan el desarrollo de la revolución cuando, en otros países europeos —por ejemplo, en algunos de los propios Balcanes— que viven situaciones similares —incluidas guerras partisanas— no se genera nuevo poder? Fundamentalmente, lo que marca la diferencia en Albania es, como diríamos actualmente, la construcción concéntrica de los tres instrumentos de la revolución: Partido, Ejército y Frente/Nuevo Poder. El Partido de Nuevo Tipo, una vez constituido, crea progresivamente las fuerzas armadas de la revolución: primero núcleos guerrilleros, después destacamentos y milicias locales, y así hasta conquistar la capacidad operativa de un ejército regular mediante la fusión de los anteriores. Este ejército popular se convierte, durante la etapa militar de la revolución —guerra popular, es decir, guerra revolucionaria de masas53—, en el instrumento principal, y el encuadramiento de las masas se realiza a través de él, según el principio de pasar de masas desorganizadas a masas militarmente organizadas. Al mismo tiempo, el cometido esencial de este ejército popular es barrer con el viejo Estado, generar vacíos de poder y las condiciones para instaurar las formas orgánicas de la dictadura proletaria —en el caso albanés, de la dictadura democrática popular o nueva democracia—, que no son sino la expresión política del poder de las masas revolucionarias.

Dos clases, dos vías, dos líneas

Hasta ahora nos hemos limitado a relatar el devenir histórico de la revolución en Albania, tocando dos puntos esenciales cuya clarificación y popularización nos parecían imprescindibles: la constitución del PTA como Partido proletario de Nuevo Tipo y el desarrollo de la guerra popular por él liderada. Para este objetivo, básicamente, hemos sintetizado críticamente lo que el propio Partido albanés expuso en su obra Historia del PTA. Hemos procedido así, fundamentalmente, por dos razones: primero, por la significativa ausencia de material accesible sobre esta experiencia; segundo, para evitar cualquier suspicacia del revisionismo proalbanés, pues difícilmente podrá éste negar lo que el mismo PTA decidió contar al mundo sobre su historia. Por lo demás, para acabar este escrito de Balance preliminar alrededor de la revolución albanesa —que de ningún modo pretende agotar aquí la investigación histórica sobre el particular, sino, en todo caso, iniciarla—, no podemos dejar pasar un tema crucial que, sin lugar a dudas, refleja bastante bien las deficiencias ideológicas del PTA: su concepción del período de transición del capitalismo al comunismo. Aquí nos adentraremos en un terreno más puramente teórico y no tan histórico como en los anteriores apartados, y tampoco trataremos el desarrollo concreto de la lucha de clases en la Albania popular.

Tal y como advertimos en el subtítulo del presente documento, los comunistas albaneses terminaron ahogándose entre dos aguas: salieron de la orilla derecha staliniana-dimitroviana hacia la orilla izquierda, sita en China; y, aunque hasta mediados de los años setenta la línea de PCCh les influyó poderosamente54 —y quien niegue esto es sencillamente un ignorante o un mentiroso—, sus raíces ideológicas, profundamente arraigadas en la más desgastada versión del bolchevismo, les hicieron retroceder fatalmente.

De esta manera, aunque su concepción de la dictadura del proletariado y de la lucha de clases en el socialismo vaya uno o dos pasos por delante de la soviética de los años 30, no deja de ser su continuación natural y adolece de los mismos problemas de fondo. Por lo mismo, y a pesar de que la oposición del hoxhismo —o, si se prefiere, del revisionismo proalbanés— frente a la lucha de dos líneas es una de las disputas más sonadas, ésta no es sino la derivación lógica, en el plano ideológico, de sus concepciones unilaterales en los campos económico y político.

Veamos, para empezar, cuál era la postura clásica del bolchevismo tardío respecto a este problema. Decía Stalin que:

«A diferencia de las constituciones burguesas, el proyecto de la nueva Constitución de la URSS parte de la premisa de que en la sociedad no hay ya clases antagónicas; de que la sociedad se compone de dos clases amigas: la de los obreros y la de los campesinos; de que precisamente estas clases trabajadoras son las que están en el Poder; de que la dirección estatal de la sociedad (dictadura) se halla en manos de la clase obrera, la clase de vanguardia de la sociedad; de que la Constitución es necesaria para consolidar el orden social deseable y beneficioso para los trabajadores.»55

Por su parte, Enver Hoxha defendía unas tesis calcadas 25 años después:

«(…) el histórico IV Congreso de nuestro Partido (…) llegó a la conclusión de que en nuestro país ha terminado ya la construcción de la base económica del socialismo.

Como resultado de ello han sido liquidadas las clases explotadoras en tanto que clases, y la explotación del hombre por el hombre. Hoy en nuestro país existen solamente dos clases amigas, la clase obrera y el campesinado cooperativista, así como la capa de la intelectualidad popular, las cuales, bajo la dirección del Partido del Trabajo, han tomado en sus manos el poder e impulsan la construcción socialista del país.»56

En efecto, será ésta la postura que, con algunas leves modificaciones futuras, defienda el PTA. Modificaciones que, por cierto, nacen de dos factores profundamente interrelacionados: por un lado, de la progresiva asimilación de las implicaciones que produce la victoria definitiva de la burguesía burocrática en la Unión Soviética tras el XX Congreso; por otro, de la influencia y la presión que sin duda ejerce la correcta visión de este problema que, en términos generales, mantiene el PCCh de Mao. Sin embargo, debemos enunciar la diferencia fundamental que existe entre las concepciones del PC(b) soviético y las que, algunos años después, adoptan los comunistas albaneses. Mientras el primero termina cediendo el papel principal al desarrollo de las fuerzas productivas y relegando la lucha de clases a un segundo y casi inexistente plano —tanto en lo teórico como en lo práctico—, los segundos defienden abierta y concienzudamente el mantenimiento de la lucha de clases durante el socialismo como el aspecto fundamental del desarrollo social. Pero como arrastran ese punto de partida que hemos citado inmediatamente más arriba, sucumben ante el peso de los errores soviéticos y se quedan a medio camino en la resolución del problema. Así, el PTA termina postulando un absurdo mayúsculo: en la Albania socialista hay lucha de clases, pero no clases antagónicas; al contrario, sí persisten contradicciones antagónicas, pero sin una base real objetiva —clases— que las sustenten; existe, también, un camino capitalista, pero no una burguesía «como tal» que lo siga. Veamos un poco más de cerca todo esto.

Nexhmije Hoxha, integrante del Comité Central del PTA y directora de su Instituto de Estudios marxista-leninistas, argumentaba lo siguiente al sintetizar los puntos de vista del VII Congreso del PTA. Nos situamos ya en 1977:

«La lucha de clases es la fuerza motriz principal, no sólo en la sociedad que alberga en su seno clases antagónicas, sino que en toda sociedad aún dividida en clases, incluyendo a la sociedad socialista. (…)

¿Es esto cierto para nuestra sociedad socialista también, en la que se han eliminado las clases explotadoras, y en el que han surgido otras fuerzas motrices importantes?

Durante el tiempo que la pregunta «¿quién ganará?» no se haya resuelto por completo y, finalmente; por el tiempo en que la contradicción fundamental sigue siendo la contradicción entre el socialismo y el capitalismo, entre el camino socialista y el camino capitalista, es decir, hasta el comunismo en sí (…) la lucha de clases seguirá siendo la esencia de todas las otras fuerzas motrices de la sociedad socialista. »57

Como es manifiestamente visible, entre ambas citas de sendos dirigentes del PTA existe tanto una base común como una notable diferencia de matiz. Ahora bien, también queda claro que los elementos que comparten lastran las concepciones revolucionarias que afloran tímidamente e impiden su desarrollo consecuente. Es cierto que la propia Nexhmije acepta abiertamente, algunos párrafos después, la aparición de «nuevos elementos capitalistas»58; estos, sea como fuere, ocupan un papel secundario y poco relevante para el PTA, que siempre se centrará en los «remanentes» de las viejas clases poseedoras y en los «agentes externos» enviados por o al servicio del imperialismo internacional. Pero ¿cuál es el hilo conductor de este ambiguo razonamiento de los comunistas albaneses? Veámoslo:

«La contradicción antagónica fundamental es siempre la contradicción entre el socialismo y el capitalismo, entre el camino socialista y el camino capitalista, esto no se ha movido. Esta contradicción, como toda la experiencia de los programas de lucha revolucionaria ha mostrado con claridad, se resuelve poco a poco, de acuerdo con las etapas de la revolución, primero en el plano político con la toma del poder político por la clase obrera, con su partido a la cabeza, en [el] nivel económico con la construcción de la base económica del socialismo en la ciudad y el campo, y en el plano ideológico con el triunfo completo de la ideología del proletariado sobre la ideología burguesa, de la moral comunista sobre la moral burguesa. »59

El párrafo no deja lugar a dudas. En el imaginario de los cuadros del PTA la revolución discurre, bien ordenada y mecánicamente, por tres etapas bien diferenciables: aquéllas cuyos contenidos fundamentales son, sucesivamente, la política, la economía y la ideología. Bien es cierto que no absolutizan del todo estas fases —admiten que la lucha de clases se da en los tres frentes de forma simultánea, aunque en cada una de las tres etapas el frente principal es sólo uno—, pero la unilateralización ya está consumada: al creer que el proletariado revolucionario ha logrado ya victorias en lo esencial en la política y la economía, el desarrollo de estos aspectos se estanca y sólo puede ya velarse por su preservación —se usa explícitamente y repetidas veces este vocablo— frente al elemento infiltrado o desestabilizador. O, dicho de otro modo: al considerar el socialismo como modo de producción con entidad y características propias, y no tanto como etapa de transición entre el capitalismo y el comunismo60, los diferentes aspectos que le dan forma son entendidos metafísicamente y, por tanto, dualizados: por un lado lo objetivo —economía— y por otro lo subjetivo —política e ideología—; así, se terminan separando mecánicamente las conquistas de cada ámbito, y se convierte al proletariado revolucionario en una clase dominante conservadora: no se trata ya de continuar revolucionando la sociedad sino, fundamentalmente, de evitar la degeneración del Estado proletario —política—, proteger las «relaciones socialistas de producción» —economía— y, por último, conseguir imponer totalmente la moral del proletariado —ideología—. N. Hoxha lo corrobora inmediatamente después:

«Ahí queda la cuestión clave a estudiar, la llamada victoria en el campo ideológico no se logra inmediatamente después de la toma del poder y el establecimiento de las relaciones socialistas de producción. La amarga experiencia de la Unión Soviética ha mostrado que mientras la contradicción fundamental no ha sido resuelta en el campo ideológico también, la contradicción fundamental en los campos políticos y económicos no puede ser considerada como solucionada definitivamente, es decir, que el triunfo de la revolución socialista no puede considerarse como completa y final. »61

Así pues, tenemos hecho un diagnóstico de la defunción del socialismo en la URSS tan sencillo como falso: aunque, en lo esencial, el proletariado había conseguido victorias en la política y la economía y todo marchaba notablemente bien, la derrota ideológica tras la muerte de Stalin posibilitó la restauración capitalista. Como vemos, a pesar de las tentativas del PTA por ir un poco más allá que el PC(b), no llegan al nivel de las concepciones de los revolucionarios chinos. No obstante, la camarada cuya obra estamos citando aquí percibe un cabo suelto que los soviéticos no terminaron de atar. Mientras para estos el peligro de restauración procedía fundamentalmente de la invasión imperialista, para Nexhmije, por el contrario,

«(…) que el origen de la restauración del capitalismo no se ha eliminado, se muestra de forma nítida por el hecho de que una y otra vez los elementos hostiles a la revolución y al socialismo surgen, no sólo de las filas de los restos de las antiguas clases explotadoras, sino también de las filas de las trabajadoras, e incluso entre las filas de los comunistas. »62

¡Bien! Éste es sin duda el primer paso para comprender la verdadera relación entre la lucha de clases en el socialismo y la restauración capitalista. De aquí a establecer que el proletariado revolucionario lucha contra la nueva burguesía burocrática de Estado, es decir, contra la clase formada por los cuadros, técnicos, administradores, funcionarios y todos los elementos que siguen el camino capitalista, hay sólo un paso. Lamentablemente, comprobamos cómo la mixtificación continúa y el razonamiento, que no iba del todo mal encaminado, da marcha atrás y se hace nebuloso, ambiguo, y, en definitiva, revisionista:

«La presencia del Estado, además, demuestra la existencia de contradicciones antagónicas y la necesidad absoluta de que como una piedra de toque en esta etapa debe resolver las contradicciones antagónicas y no antagónicas correctamente y evitar que estas se vuelvan antagónicas. Marx y Lenin han llamado al Estado como el producto y manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase. »63

Efectivamente, la misma existencia del Estado presupone un antagonismo clasista que aún debe ser resuelto. Asimismo, este planteamiento, estrechísimamente relacionado con la cita anterior, ha superado la noción staliniana del Estado obrero como expresión de un antagonismo esencialmente exterior —Estado socialista vs. Mundo capitalista— que excluía las razones intrínsecas de su existencia, es decir, la renovada lucha de clases interna. ¡Pero pónganse de acuerdo, camaradas albaneses! De tantos malabares conceptuales, terminan incurriendo en una manifiesta contradicción argumental. Al principio del texto aquí estudiado, la misma camarada nos decía, realmente convencida, que las clases explotadoras habían sido ya liquidadas, y que no existían «como tal». En cambio, en la última cita transcrita, reconoce que el Estado mismo expresa una irreconciliabilidad… ¡de clase! Y, mientras, ¡se empeñan en decir que en Albania no hay clases antagónicas! Entonces, ¿de qué antagonismo social es expresión el Estado, aún superviviente y considerablemente vigoroso? ¿De dónde nacen esas contradicciones antagónicas, si no existe ya burguesía? ¿Es que acaso el Partido y el Estado albanés, monolíticos y de acero, temen sólo a algunos elementos individuales que siguen el camino capitalista? ¿Son estos individuos capaces de restaurar el capitalismo motu proprio, por su cuenta y riesgo? En definitiva, ¿cuál es la base objetiva de la vía capitalista y de la ideología burguesa, si no quedan ya sectores de la sociedad que se apropien del trabajo ajeno?

«(…) incluso en el socialismo, surgen nuevos elementos burgueses, mas no siempre se convierten en una nueva clase burguesa. Se convierten en una clase de este tipo, como lo muestra la experiencia de los países revisionistas, sólo si la nueva burguesía usurpa el poder64

¡Ah, cuantísimo daño ha hecho el empirismo a la revolución! Ignorantia non est argumentum, decía Spinoza. La ceguera tampoco lo es, añadimos nosotros. Y es que, ciertamente, he aquí el mayor problema de los puntos de vista del PTA. De la misma manera que Tomás requería meter su propia mano en la herida costal del crucificado para convencerse de su resurrección, los comunistas albaneses necesitaban meter la pata en el pozo de la restauración capitalista para considerar a la burguesía clase existente «como tal» durante el socialismo. Y mientras Tomás tenía a su favor cierta cordura materialista, en contra del PTA jugaba su deficitaria concepción de la dialéctica; de manera tan irónica como dramática, mientras el discípulo buscaba una prueba tangible que justificara su fideísmo, los revolucionarios hacían oídos sordos a la realidad para conservar su injustificada y monolítica fe en sí mismos. Así las cosas, su opinión es tan clara como equivocada: sustituyen fatalmente a la nueva burguesía por «elementos» capitalistas aislados que no constituyen una clase. ¿Por qué? Porque, insisten, la burguesía ha sido liquidada «como tal». Y ¿qué significa esto? Pues, sencillamente, que en Albania fue abolida legalmente la propiedad privada. ¡Tantas vueltas para esto! ¡Semejante galimatías para retornar a la concepción jurídico-formal de las clases sociales! Así es. Y, para muestra, un botón:

«Se sabe que las clases explotadoras han aparecido en la historia junto a la aparición de la propiedad privada sobre los medios de producción, y que existen mientras exista esta propiedad. En el socialismo, con la liquidación de la propiedad privada y el establecimiento de las relaciones socialistas de producción en la ciudad y el campo, las clases explotadoras como tales son liquidadas, y junto con ellas también desaparece la explotación del hombre por el hombre. Durante un tiempo sólo perduran sus remanentes individuales, pero no llegan a constituir una clase en sí misma, ya que ahora están privados de todo poder político y de los medios de producción65

Pareciera, entonces, que para la apropiación de plusvalías es menester contar con un permiso estatal, llevar sombrero de copa, un dorado reloj de mano y vestir con esmoquin. Que no se nos acuse de caricaturizar las posiciones de nuestros rivales ideológicos: esta concepción visual-conceptual del capitalista estándar es contemporánea de su materialismo… vulgar. Desde que el capitalismo concurrencial fue progresivamente transformándose, y paralelamente también sus formas de propiedad, ya hubo quienes pretendieron demostrar la inexistencia de tal o cual clase en relación a la titularidad jurídica del capital. Bernstein quiso hacer desaparecer al proletariado a través del milagro de las sociedades accionarias; el PTA pretendía disolver a la burguesía mediante la magia de la abolición formal de la propiedad privada. ¡Tal para cual! Al primero tuvo que enseñarle Rosa Luxemburgo que el capitalista representa más una categoría socioeconómica que un derecho de propiedad; al segundo le hubiera bastado con prestar más atención a ese viento del Este que predominaba en su tiempo. Zang Chun-qiao ya había dicho lo siguiente en 1975:

«La política es la expresión concentrada de la economía. El que sea correcta o no la línea ideológica y política y en manos de qué clase esté la dirección decide qué clase posee de hecho esas fábricas.»66

Efectivamente, esta visión del problema es mucho más rica y realista, dialéctica y revolucionaria, que la postulada por el PTA. De hecho, y al contrario de lo que creían los albaneses, la revolución no discurre mecánicamente por tres etapas —véase, la política, la económica y la ideológica—. El problema del Poder, de las relaciones de producción y de la lucha de dos líneas se desarrollan en constante interpenetración e interrelación: la pugna entre las clases en esos tres frentes no se detiene; no hay victorias ni remotamente definitivas. En realidad, ni el PCCh ni el PTA, a mediados de los años 60, se enfrentaban al reto de implantar totalmente la ideología proletaria para terminar de asegurar o preservar, como insinuaban los albaneses, las victorias política y económica. Que no nos engañe aquí la adjetivación de «cultural» que se le dio a tal revolución. De lo que se trata, aun durante la dictadura proletaria, es de desarrollar una ofensiva total contra la burguesía, simultáneamente en todos los aspectos de la vida social. Las masas revolucionarias de ambos países lo demostraron, aunque parece que ninguno de sus Partidos lo terminaran de comprender y no obstante el PCCh fuera notablemente por delante. Conviene explicar algo: ya ha quedado demostrado que la lucha entre las dos líneas es un fenómeno objetivo, inevitable y universal durante el socialismo; también que éste último carece de entidad propia y es sólo la transición entre el capitalismo y el comunismo o, dicho de otra manera, el entrelazamiento de las relaciones sociales —incluidas las de producción— capitalistas y comunistas, de viejo y nuevo tipo; en el mismo sentido —y creemos que no se ha reflexionado lo suficiente sobre esta problemática—, la dualidad de poderes no termina con la imposición de la dictadura proletaria. En todo caso, lo que implica la extensión del nuevo poder a la totalidad de las fronteras estatales es que el proletariado revolucionario se postula como clase dominante, que su dictadura se convierte en aspecto principal. Pero que sea la principal no significa que sea la única dictadura en pie. Éste es el sentido profundo y esencial de la consigna de «guerra popular hasta el comunismo»: mientras el Estado burgués sigue en pie, el nuevo poder proletario nace como aspecto secundario en la confrontación de dictaduras clasistas; cuando el Estado burgués es destruido hasta sus cimientos y se asienta el Estado-Comuna67, la nueva burguesía se embosca precisamente aquí, creando, de hecho, otro tipo de dictadura burguesa. Los revolucionarios chinos se referían a esta realidad cuando hablaban de los cuarteles generales de la burguesía. En otras palabras: la dualidad de poderes sólo acaba en la fase superior del Comunismo; durante su fase inferior —lo que, quizá con poco acierto, conocemos clásicamente como socialismo— tal dualidad sólo toma formas nuevas; por las mismas razones, el mar armado de masas debe continuar su guerra revolucionaria. El proletariado revolucionario tiene todavía por delante, entonces, los que serán con toda probabilidad sus hitos más complicados de resolver: precisamente aquellos a los que aún no ha sabido enfrentarse de manera victoriosa en el pasado Ciclo revolucionario.

Pero volviendo con el PTA, y como podrá haber intuido ya el lector avezado, el mismo planteamiento de fondo que sostiene el hoxhismo respecto a la no-existencia de burguesía durante el socialismo subyace en su oposición a la lucha de dos líneas:

«Esta lucha de clases en el partido es objetiva e inevitable, es el reflejo de la lucha de clases que ocurre en la sociedad. Sin embargo, la lucha de clases en el partido no se expresa en todos los casos y de manera inevitable, como una lucha entre dos líneas. La lucha de clases en el partido es objetiva e inevitable, pero no lo es la existencia de dos líneas68

O en boca de Ndreçi Plasari, miembro del CC del PTA y subdirector del Instituto de Estudios marxista-leninistas:

«No se debe confundir la lucha entre los dos caminos con la lucha entre dos líneas. La lucha entre el camino socialista y el camino capitalista de desarrollo, que incluye la lucha entre la ideología proletaria y la ideología revisionista, es una ley objetiva, mientras que la lucha entre líneas políticas opuestas es un fenómeno subjetivo, que surge y se desarrolla sólo en ciertas condiciones, cuando el Partido p e r m i t e que se creen tendencias fraccionalistas y líneas antimarxistas en su seno. Estas tendencias y líneas revisionistas oposicionistas, por lo general, logran c r i s t a l i z a r cuando el partido de la clase obrera no emprende una correcta, resuelta y consecuente lucha de clase en sus filas, en todo momento.»69

De nuevo, como vemos, nuestros incrédulos Tomases se muestran incapaces de comprender conceptos abstractos y universales, quedándose en el marco de aquellas realidades cuya existencia pueden comprobar empíricamente, a través de sus limitados órganos sensoriales. Una lástima pues, les advertimos, de esta manera no van a poder siquiera percibir —y ni mucho menos transformar— la práctica totalidad del movimiento de la materia, inaprensible sin el concurso de la capacidad intelectual de la abstracción. Sea como fuere, el caso es que identifican el vocablo «línea» exclusivamente con su acepción más estrecha y corta de miras. Así, para ellos, la línea burguesa tiene que ser una sistematización o cristalización consciente y declarada de postulados abiertamente contrarrevolucionarios, que se enfrente de manera tosca y abrupta a la línea revolucionaria; la trampa continúa cuando asimilan línea con fracción; y queda lógicamente coronada al hablar de la lucha de clases en las filas del Partido, lo que para ellos significa poco más que la depuración orgánica. Para su desgracia, nada más lejos de la realidad. Al contrario, en la mayoría de los casos, la línea burguesa se embosca y envuelve entre las banderas de la revolución; como decían los camaradas chinos, la línea negra de la reacción utiliza la bandera roja para ir contra la misma bandera roja. No será difícil comprender esto: ¿de dónde procedían los cabecillas revisionistas que en la URSS, en China y en la propia Albania lideraron la restauración capitalista? No eran precisamente los torpes enemigos de la revolución a los que se descubría conspirando: en efecto, salían del seno mismo del Partido, del Ejército y del Estado. Y, conviene señalarlo, el PCCh con Mao a la cabeza fue siempre consciente de esta posibilidad, siendo el desarrollo consciente de la lucha de dos líneas el mejor instrumento para mantener activa la alerta revolucionaria frente a la línea burguesa, constantemente reproducida bajo nuevas formas. Como se vio, ni esto ni, en un sentido más global, la revolución cultural fueron suficientes. No nos cabe duda de que habrá mucho que criticar al Partido chino70, que, aunque ofrece numeroso material que coadyuvará a la superación de sus propias limitaciones, también participa del mismo paradigma de Octubre que los soviéticos y los albaneses. Es decir, que sólo asiendo los elementos novedosos del maoísmo podemos superar a éste y al resto de corrientes del marxismo resultantes del pasado Ciclo. Y, por lo mismo, los puntos de vista del revisionismo albanés no sólo no se sostienen de ninguna manera, sino que representan un retroceso. Si la nueva burguesía sólo conquista el estatus de clase «como tal» tras haber usurpado el poder político, ¿cómo exactamente toma el Partido y el Estado una clase que, según nos quieren hacer creer, no existe? O, expresado en términos filosóficos, ¿cómo una sociedad idéntica a sí misma —sólo quedan clases amigas luchando… ¿contra sí mismas?— se bifurca hasta el punto de sucumbir toda ella? Pediremos consejo a Engels, que ya en su Anti-Düring tuvo que enfrentarse a absurdos semejantes:

«Mas en este caso se trata, en opinión del propio señor Düring, de hacer surgir el movimiento de la inmovilidad y, por consecuencia, de la nada71

Parafraseando al maestro —que aquí refutaba la concepción teleológica del inicio del movimiento de la materia que postulaba Düring—, podríamos decir lo siguiente: En este caso se trata, en opinión de los propios albaneses y de sus ingenuos seguidores, de hacer surgir la restauración capitalista de la ausencia de burguesía y, por consecuencia, de la nada.

Pero las incongruencias no acaban aquí. Nuestros revisionistas albaneses —y, ahora, proalbaneses—, tan acostumbrados a tildar de idealistas a diestro y siniestro a todo aquél que no se detenga en el materialismo vulgar decimonónico, incurren en un pecado que, de ser capaces de descubrirlo, no se lo podrían perdonar: como se desprende de lo anterior, defendieron como frente principal —y desde el V Congreso del PTA— la lucha ideológica… contra la ideología de un clase que, según dicen, ya no existe. El ser precede a la conciencia, nos repiten de manera tan insistente como huera, indignados porque, en ciertas circunstancias, lo subjetivo se convierta en aspecto principal frente a lo objetivo y lo transforme; mientras, no parecen tener problema en substituir con la conciencia al ser, siempre y cuando esto les garantice argumentos, por ridículos que sean, contra Mao el confucionista.

Sin embargo, en su afán por demostrar que Mao ansiaba la convivencia con la burguesía incluso durante el socialismo, los cuadros del PTA llegan a oponerse, sin saberlo, al propio Lenin. Nos dicen que

«(…) otra concepción errónea es la que niega la unidad y sólo acepta las contradicciones, la que ve la unidad como algo maligno en todos los casos, la que representa el conservadurismo y la inhibición del desarrollo [sic!], y la que en todo trata de encontrar y crear contradicciones. Mao Tsetung elevó a principio absoluto la división del todo único en dos.»72

Mientras, en realidad, era el propio jefe del proletariado ruso el que decía lo siguiente:

«La división de un todo y el conocimiento de sus partes contradictorias (…) es la esencia (uno de los “esenciales”, una de las principales, si no la principal característica o rasgo) de la dialéctica73

Y, poco más adelante, que:

«La identidad de los contrarios (quizá fuese más correcto decir su “unidad” —aunque la diferencia entre los términos identidad y unidad no tiene aquí una importancia particular. En cierto sentido ambos son correctos) es el reconocimiento (descubrimiento) de las tendencias contradictorias, m u t u a m e n t e e x c l u y e n t e s, opuestas, de todos los fenómenos y procesos de la naturaleza (i n c l u s o el espíritu y la sociedad). La condición para el conocimiento de todos los procesos del mundo en su “a u t o m o v i m i e n t o”, en su desarrollo espontáneo, en su vida real, es el conocimiento de los mismos como unidad contrarios. El desarrollo es la “lucha” de los contrarios74

Como vemos, no sólo no existe oposición alguna entre las tesis de Lenin y las de Mao, sino que éste se limita a sistematizar y desarrollar, fundamentalmente en su Sobre la contradicción, las ideas del primero acerca de la dialéctica: tanto el ruso como el chino conciben la lucha como aspecto absoluto y principal de la contradicción; la unidad como aspecto relativo y secundario. O, dicho de otro modo, la unidad es la forma de existencia y apariencia de la contradicción; la lucha es su esencia. No hay lugar a dudas. Por la vía del antimaoísmo, el hoxhismo terminó separándose completamente del campo de la revolución, tanto en los aspectos filosóficos como en la práctica política durante la dictadura proletaria. Y si los camaradas albaneses tenían alguna excusa —que, en efecto, la tenían, dada su historia y el crítico contexto en el que se desenvuelven, con una URSS en retroceso y una China que, tras tomar durante un cuarto de siglo el relevo del país soviético, siguió fatalmente su camino—, éste no es el caso de sus prosélitos contemporáneos, que, en su afán por hilvanar para sí una identidad política original, acaban renegando implícitamente incluso de la experiencia balcánica que toman como guía. Pero no nos hemos propuesto hablar aquí del libelo antimaoísta de Reconstrucción Comunista, cuya refutación sería un ejercicio tan ideológicamente necesario y políticamente sano como —¿para qué engañarnos?— intelectualmente tedioso y poco edificante; aunque, quién sabe, quizá alguien se aventure a ello en un futuro.

Sólo por añadir algo más de leña histórica al fuego purificador del Balance, incluiremos una consideración más. Y es que, ciertamente, en ese quiero y no puedo al que el PTA sucumbe lamentablemente, se producen situaciones y concepciones realmente tragicómicas. Es de esta manera como, bajo la innegable influencia del PCCh, el PTA desarrolla su propia revolución cultural75. Ésta empieza —¡qué increíble casualidad!— en 1966, fundamentalmente mediante el impulso que le da el V Congreso del PTA (noviembre 1966), que, como hemos adelantado, establece el ámbito ideológico y cultural como frente principal de la lucha de clases. Y como los albaneses no parecían estar dispuestos a aceptar la «anarquía» y el desorden revolucionario de China, hicieron suyo un modelo de revolución cultural que, visto en perspectiva, resulta algo paródico. Que no se nos malinterprete: la segunda mitad de los años 60 son probablemente los momentos de mayor efervescencia revolucionaria en Albania tras la guerra popular de liberación nacional, y también, con toda seguridad, el punto más elevado al que llegó la revolución en ese país; no obstante, fruto de sus propias limitaciones intrínsecas, esa revolución cultural quedó castrada y cercenada desde un principio. El PTA consideraba que el peligro era esencialmente, como hemos dicho más arriba, la degeneración burocrática —el burocratismo—, y no tanto la restauración capitalista por la que pugnaba la nueva clase burguesa. Por este motivo, sólo creían tener que enfrentar un problema fundamentalmente ideológico y cultural, donde el poder político y las relaciones de producción estaban ya básicamente conquistadas y aseguradas. Irónicamente, estas tesis se deslizan peligrosamente hacia el trotskismo, cuyas posiciones clásicas pasan precisamente por la concepción de un Estado obrero prácticamente incorruptible en lo que a su carácter de clase respecta, siendo la burocracia una problemática de índole casi exclusivamente técnica o logística, y no la manifestación exterior —como efectivamente era— de la conquista de posiciones, en todos los ámbitos de la vida social, de la nueva burguesía burocrática de Estado.

De cualquier modo, éste y otros complejos problemas de profundo calado quedan fuera del objeto del presente documento. No nos cabe duda de que serán cuestiones a tratar específica y profusamente, como decíamos en la introducción, por nosotros mismos u otros camaradas. En lo que a Nueva Praxis respecta, consideramos que en este —quizá demasiado— extenso escrito hemos logrado las metas que nos impusimos: contribuir al Balance del Ciclo de Octubre tratando una experiencia poco estudiada, brindar nuevo material para el desarrollo de la lucha de dos líneas y erosionar las bases ideológicas de sectores relativamente importantes del campo del revisionismo.

Por lo demás, sólo del campo de la revolución depende el sacar provecho de las lecciones pertinentes del pasado de nuestra clase, poniendo la verdad y la honestidad revolucionaria por delante de cualquier tradición, sigla, corriente o tendencia.

Desde que empezamos a elaborar el presente escrito hace ya algunos meses, numerosas novedades en el MCEe han transfigurado su faz pretérita. Esta circunstancia, en cierto sentido, influye en las consideraciones tácticas —pues las estratégicas están claras y permanecen idénticas, ya que el Balance y la lucha de dos líneas son elementos inamovibles a día de hoy— que nos movieron a incidir en este sector de la vanguardia teórica. Además, quiérase o no, los hechos han generado un marco aún más propicio para este ejercicio de combate ideológico: la crisis del revisionismo proalbanés, que se respira en el ambiente y cuyos síntomas se perciben por doquier, crea un contexto en el que los cuadros más validos de entre sus filas —pues sabemos que los hay, aunque sean pocos— pueden verse arrastrados a la reflexión crítica y profunda sobre el Ciclo de Octubre a través del análisis pormenorizado de la experiencia albanesa. Como hemos tratado de demostrar, la revolución en Albania y su Partido están lejos de ser lo que sus herederos ideológicos quisieran; representan más un solapamiento entre momentos diferentes —el soviético y el chino— de un mismo Ciclo que la alternativa global a todo el revisionismo. Por otro lado, según parece, el principal valedor del hoxhismo en el Estado español ya ha dejado atrás sus timoratos intentos de apropiarse del término reconstitución, habiendo comprobado, quizá, lo peligroso de su intentona dada su inferioridad ideológica general respecto a la Línea de Reconstitución. De esta manera, en otra vuelta de tuerca hacia la derecha, y tal y como aparenta demostrar alguno de sus últimos comunicados, pareciera que se consideran ya el Partido. ¡Preciosa confesión por su parte! Han emulado de manera muy coherente, aunque quizá demasiado tarde, a las organizaciones revisionistas por excelencia del MCEe: PCPE y PCOE. Así, el afortunado proletariado del Estado español tiene ya, ni más ni menos, tres partidos comunistas a los que no reconoce… ¡pues ni siquiera los conoce! ¿Sucumbirán ellos también, en un futuro más o menos lejano y justificándolo con citas de Enver, al lodazal electoralista —que no parlamentario, ya que lejos quedarían de éste—? Sólo el tiempo lo dirá, aunque creemos que se dan las condiciones para ello. Por lo demás, los coqueteos con la palabra reconstitución —que no con el concepto, pues aún no lo han entendido— van siendo recogidos por otras organizaciones, algo más capaces de absorber cínicamente las inquietudes de los sectores juveniles y de izquierda del Movimiento Comunista. Lo cual demuestra, esencialmente, que la centralidad del discurso comunista va pasando, paulatina pero constantemente, del más burdo economicismo aristobrero a una incipiente sensibilidad revolucionaria que establece la reconstitución del Comunismo como necesidad insoslayable. Así, el centrismo parece estar en condiciones de ampliar sus márgenes. Por ahora. Lo que no intuyen —pues poco saben de dialéctica estos señores y señoras— es que cualquier pretensión centrista está llamada a implosionar: todo equilibrio es siempre relativo; ninguna conciliación puede ser eterna. Y, con un Movimiento por la Reconstitución en progresiva maduración, lamentamos comunicar la escueta esperanza de vida a la que pueden aspirar esta clase de oportunistas.

Nueva Praxis

Marzo de 2015

4. Vendrá aquí a la mente del lector, acertadamente, la organización Reconstrucción Comunista (RC). En efecto, RC es la punta de lanza del revisionismo proalbanés en el Estado español. Pero los ecos de su antimaoísmo —verdadera seña de identidad del hoxhismo no se circunscriben a ellos y llegan también, por ejemplo, a partidos como el PCOE. Además, consideramos que esta corriente puede ser de las más peligrosas a medio plazo para el desarrollo de la línea revolucionaria, al menos en lo que compete a nuestra zona de operaciones: pues, compartiendo todas las premisas caducas del bolchevismo, el revisionismo proalbanés se opone ferozmente a los elementos novedosos que aporta el maoísmo a la Línea General de la Revolución Proletaria Mundial, imprescindibles para la Línea de Reconstitución; por otro lado, es esta misma circunstancia —sumada a su arraigada tradición antifascista— lo que le otorga cierta referencialidad entre algunos sectores avanzados de la clase —amén de otros muy atrasados, que en este grado de desarrollo del movimiento no suponen un problema—.

5. Naturalmente, la lucha de dos lineas y el Balance son dos aspectos interpenetrados e imposibles de desligar. Lo que queremos expresar aquí es que, hasta ahora, hemos privilegiado el aspecto de la lucha inmediata con las organizaciones del revisionismo usando los aportes al Balance que habían hecho otros camaradas; en cambio, este texto pone el acento en el Balance para que, con este nuevo material, la lucha de dos líneas sea nuevamente elevada y ampliado su radio de acción.

6. Usamos aquí el término patriarcal en el sentido que siempre le ha dado el marxismo: aludimos a las formas de familia —usualmente campesina no nucleares, en las que decenas de personas, relacionadas consanguíneamente bajo la filiación paterna, vivían bajo la autoridad del patriarca. Nada que ver con la reinterpretación que de este vocablo hace el feminismo, viendo al “patriarcado” como un sistema de opresión autónomo, con entidad propia, que se alía externamente con el capitalismo.

7. Fue precisamente la revolución bolchevique lo que permitió publicar, entre otros, ese tratado secreto rubricado en abril de 1915 en Londres.

8. Convendrá aquí hacer un inciso para referir una brevísima reflexión. Y es que este gobierno albanés democrático-burgués, surgido de una verdadera revolución y sostenido por unas entusiastas masas, fue absoluta y necesariamente incapaz de conservar su autonomía —aunque sí fuera políticamente independiente— no sólo respecto a la gran burguesía patria, sino también a las potencias occidentales, por mucho que lograra deshacerse momentáneamente del yugo fascista italiano —así como de ciertas pretensiones expansionistas yugoslavas y griegas—, entablara relaciones con la mismísima URSS y se la concibiera como anti-imperialista. Albania salió del pozo italiano —y, ciertamente, sólo a medias y durante un plazo de tiempo mínimo— para caer en el lodazal anglo-americano. Extrapolando esto a nuestros días, ¿qué sentido tiene entonces una política «anti-imperialista» en países en los que no hay ya siquiera una revolución burguesa pendiente, como sí era el caso de Albania? Sólo uno: cambiar los prietos y oxidados grilletes yankees por otras relucientes y novísimas cadenas, pagadas en rublos y made in China. Y no culpamos a las respectivas burguesías locales interesadas en susodicha operación: están defendiendo lógica y legítimamente sus intereses de clase; sólo queremos llamar la atención de ciertos autodenominados comunistas que, habiendo renunciado de facto a la guerra revolucionaria contra estas burguesías, se conforman ya con cualquier reforma aparentemente progresista y «antihegemónica». Digámoslo de otro modo. La única política consecuentemente «anti-imperialista» —y nos van a disculpar, pero nos gusta bastante poco este término como etiqueta oportunista de moda— es aquélla que se propone el objetivo ineludible e inaplazable de destruir de manera inmisericorde el Imperialismo como sistema total, y no esa otra que aspira simplemente a la servil sumisión —ya esté envuelta en colorados estandartes o revestida con alegatos pretendidamente radicales y teatralmente agresivos— a un joven carcelero que, por ahora, no fuerza demasiado la cuerda alrededor del cuello de sus ingenuos aliados. En definitiva, la única forma de no sucumbir a tal o cual Imperio es desarrollar consciente y exitosamente la revolución proletaria o, dicho en una palabra, edificar el Comunismo.

9. Jefes locales en algunas regiones montañosas donde pervivían aún algunos elementos del sistema tribal.

10. Jorge Dimitrov, La situación en los Balcanes y las tareas de la Federación Comunista Balcánica. Obras escogidas en dos tomos. Primer tomo, págs. 366-367.

11. Asociación de Desarrollo Económico de Albania.

12. Nos referiremos a esta organización, en adelante, como Grupo Comunista de Korça, el Grupo de Korça o, simplemente, el Grupo.

13. Historia del Partido del Trabajo de Albania. 1ª edición, 1971; pág. 28. Las negritas son nuestras.

14. Ibídem, pág. 31

15. Decimos aquí que la posición natural del marxismo es la de teoría de vanguardia; no porque lo pueda ser de forma espontánea y sin la mediación consciente de los propios marxistas revolucionarios, sino porque la ideología proletaria fue históricamente creada para ocupar precisamente ese lugar.

16. Y hablamos en un lenguaje cercano al mercantil por una razón obvia: al entenderse el marxismo, durante el pasado Ciclo, estrictamente como una teoría política y/o filosófica, como ciencia de la revolución, —y no como una cosmovisión integral, como conjunto espitemontológico—, el Comunismo no dejaba de ser una alternativa que pugnaba en el mercado de las ideas, siendo adquirida externamente —y no tanto aprehendida e interiorizada— por una vanguardia (teórica) que, además de por su posición socioeconómica, era en muchos aspectos todavía burguesa. Naturalmente, de aquí, de este mestizaje interclasista, nacen el grueso de las limitaciones de origen que llevaban en su ADN la posibilidad —y la altísima probabilidad— de la derrota global —pero temporal— de la revolución socialista que ahora es evidente. Aún así, nada más lejos de nuestra intención que el enjuiciar de forma absoluta y metafísica dicha circunstancia: fue ésta una realidad necesaria e inevitable, un momento imprescindible del proceso sin el cual la Revolución Proletaria Mundial ni siquiera hubiera comenzado a rodar. No obstante, por lo mismo, es necesario realizar con paciencia y dinamismo el Balance del Ciclo de Octubre; para que, tras haber rodado ya lo suficiente por la pista de la historia, la revolución proletaria pueda al fin despegar, dirigirse conscientemente a su destino comunista —asaltando decididamente los cielos— y no volver a pisar una tierra muerta y hostil para el conjunto de la humanidad.

17. No obstante, he aquí lo grandioso de la dialéctica: los mismos factores que hacían de Albania un país económica y culturalmente atrasado, sin una intelectualidad especialmente predispuesta para la asimilación del marxismo como ideología revolucionaria, convertían a este país en un eslabón débil donde emergía poderosamente la necesidad de su ruptura. Y si a esto le sumamos el patrocinio de la Komintern y el propio devenir del país balcánico —que se abordará en siguientes páginas—, es más sencillo entender cómo se materializó la revolución cuya posibilidad estaba ya abierta.

18. Añadiremos además, para evitar toda suspicacia, que, en este contexto, el ponerse a la cabeza de un movimiento democrático-nacional existente no supone una contradicción con los principios revolucionarios marxistas. Esencialmente porque esta clase de movimiento, que no es proletario en lui même, difícilmente puede ser creado a iniciativa de la vanguardia. Además, como veremos, poco o nada tiene que ver esta operación con la que intentan —y nunca consiguen— realizar nuestros revisionistas: mientras los comunistas albaneses se dotaron de instrumentos revolucionarios acordes con las tareas a realizar en su contexto histórico, creando organismos desde la ideología, los economicistas patrios sólo pretenden desarrollar la espontaneidad tal y como se presenta, sin transformar siquiera su dirección original reformista y aristobrera ni sus formas exteriores, más allá, claro está, del atuendo del activista —y no militantesindicomunista: la bandera corporativa y el megáfono de clase y combativo.

19. Ali Kelmendi. Informe enviado a la Komintern el 14 de diciembre de 1936. Citado en la Historia del PTA, pág. 39.

20. Esto quedaría demostrado años más tarde, cuando los grupos comunistas, a través de Kelmendi, se propusieron la creación del Frente Popular anifascista antes incluso de existir el Partido Comunista de Albania. Por suerte, los acontecimientos siguieron, de hecho, otro curso.

21. Sobre esto recomendamos el texto de Revolución o barbarie, El PCE en la Guerra Civil.

22. Se debe diferenciar de la asociación obrera homónima creada en Korça en 1933.

23. Sociedad Italiana del Petróleo en Albania.

24. Levantamiento que, por otra parte, había apoyado efusivamente el reyezuelo Ahmet Zog.

25. Ali Kelmendi, Informe enviado a la Komintern, 14 de diciembre de 1936. Citado en la Historia del PTA, pág. 53.

26. Programa comunista mínimo que, al mismo tiempo, debía ser la plataforma política de la organización democrática y antifascista.

27. Naturalmente, este Frente Democrático no es el mismo que nació y murió en el exilio durante 1936. Aquí hablamos del creado en el interior del país, y que estaba conformado por comunistas y nacionalistas progresistas.

28. Historia del PTA, pág. 71. Las negritas y el subrayado son nuestros.

29. Para el ya Partido Comunista de Albania, la lucha armada debía tomar la forma de insurrección general. Éste es el concepto que la tradición de la Komintern abrazó durante su existencia. No obstante, como veremos, los comunistas albaneses entendieron desde un principio que la guerra que librarían tendría una forma bastante atípica en comparación con lo que, usualmente, propugnaba la IC; cuyo modelo, como hemos señalado, no dejó de cosechar derrotas durante los años 20 por toda Europa, y también fuera de ella.

30. Es, sin duda, el primer partido político moderno de Albania, es decir, de masas. No obstante, el PTA asegura que fue el primer partido político en general de su país, dato que, hasta donde sabemos, parece ampliamente discutible.

31. Expresado de otra manera, y para eludir cualquier interpretación lineal o evolucionista de esta afirmación, podemos decir que la contradicción espontaneidad/consciencia va siendo llevada, mediante la praxis revolucionaria del proletariado, a nuevos y más elevados niveles (negación de la negación), en los que el aspecto consciente va conquistando y cada vez con mayor margen la posición de aspecto principal.

32. Véase la nota 13 de nuestro texto Entre dos reinados… y dos ciclos revolucionarios.

33. No hará falta demostrar aquí lo hegeliano de este planteamiento contemplativo. No es casualidad, pues el propio Engels tomó prestada la concepción de la libertad como conciencia de la necesidad del mismísimo Hegel en su Anti-Dühring: «(…) Hegel [fue] el primero en dar una representación exacta de la relación entre libertad y necesidad. Para Hegel, la libertad consiste en comprender la necesidad. “La necesidad es ciega mientras no es comprendida”. La libertad no consiste en el ensueño de una acción independiente de las leyes de la naturaleza, sino en el conocimiento de duchas leyes, que permiten hacerlas actuar sistemáticamente en vista de ciertos fines determinados.» En efecto, tampoco es libre una actuación que decida sencillamente omitir o prescindir de las leyes que rigen la materia; pero el simple sometimiento a —o el manejo de— las mismas no es suficiente para los objetivos que se ha impuesto el proletariado revolucionario: para nuestra meta es menester, sobre todo, la revolucionarización de aquellas leyes.

34. «Hegel observa que en una figura situacional superior, la inferior desciende a un momento. Lo que antes era realidad desplegada, sólo es ahora un momento.» Gotfried Stiehler, Hegel y los orígenes de la dialéctica; pág. 113.

35. Sintetizadas así por el presidente Gonzalo son, en orden: la guía ideológica, la necesidad de Partido Comunista, la especificación de la Guerra Popular y la definición de las bases de apoyo para la edificación del Nuevo Poder.

36. En torno al imprescindible papel que juega la intelectualidad exiliada para la consolidación de una vanguardia teóricamente capaz —y en el contexto de regímenes feudal-burgueses como el zarista o el zoguista—, bastará citar un párrafo de Plejanov escrito nada más llegar a Ginebra, a principios de la década de 1880, en el que refiere su propia experiencia: «La tensión increíble de la lucha contra el gobierno no permite al revolucionario socialista ocuparse pacíficamente en llenar las lagunas de su educación. Para ello no cuenta ni con el tiempo, ni con las circunstancias apropiadas. Cogido desde su juventud bajo el fuego de la persecución policíaca, muchas veces no cuenta ni con una habitación que pueda decir es suya. Durante meses enteros, y a veces incluso años, no tiene una vivienda normal. Lleva una vida nómada, y, al despertarse por la mañana, no sabe siempre dónde podrá encontrar refugio la noche siguiente. Bajo tales condiciones cualquier trabajo intelectual, si no es del todo imposible, al menos es extremadamente difícil». Plejánov, Obras (2ª edición rusa de Riazánov), tomo I, pág. 138. Citado en Plejánov: padre del marxismo ruso, de Samuel H. Baron.

37. En este caso concreto, vemos cómo la lucha de dos líneas alrededor de la Línea Política —es decir, la traducción de la Línea General para las específicas condiciones de Albania— se desarrolla continuamente durante toda la década de 1930 —experimentado dicha lucha su auge, sobre todo, desde los años 37-38—, e incluso no termina de resolverse hasta la misma reunión de constitución del PCA. Esta discusión tocaba, esencialmente, el problema de las fases de la revolución albanesa: mientras la linea revolucionaria postulaba la necesidad de una revolución neodemocrática desarrollada ininterrumpidamente hacia la socialista, la línea trotskista-liquidacionista consideraba mejor esperar a que el país sufriera un potente desarrollo industrial que creara un enorme proletariado para hacer así, directamente, la revolución socialista. Por lo demás, como se ha indicado, fue la situación crítica de la ocupación fascista y la guerra imperialista lo que zanjó el debate, de forma algo abrupta, en beneficio de la línea revolucionaria.

38. Mao Tse-tung, Problemas estratégicos de la guerra revolucionaria de China (1936). Obras escogidas en cuatro tomos (editorial Fundamentos, 1974), tomo primero, página 197.

39. Historia del Partido del Trabajo de Albania. 1ª edición, 1971; pág. 98.

40. Pudiera ser interesante traer aquí un comentario de Gramsci que, aunque aplicado a otro problema específico, arroja algo de luz sobre el particular: «Habitualmente, cuando una nueva concepción del mundo sucede a otra anterior se sigue utilizando el lenguaje precedente, pero de manera metafórica precisamente.» (A. Gramsci, La política y el Estado moderno, pág. 39).

41. Historia del PTA, pág. 109.

42. Ibídem, pág. 120.

43. Ibídem, pág. 131.

44. Para que el lector pueda hacerse una idea más aproximada de la naturaleza de esta organización, podría ser legítimo compararla con el Kuomitang (KMT). No obstante, señalando todas sus diferencias, que no son pocas; pues mientras el KMT en China había llegado a tener una tradición de lucha revolucionaria al menos durante la primera guerra civil y se había opuesto al ocupante japonés, el «Balli» nace abruptamente como organización capitulacionista y no llegaría a combatir nunca a los invasores italianos. La comparación debe entenderse más bien en relación a las clases que respectivamente representan y, también, en las implicaciones que tiene su existencia respecto a las posibles alianzas en la etapa de la revolución democrático-burguesa de nuevo tipo.

45. Ibídem, pág. 153.

46. Los acuerdos de Mukje.

47. Ibídem, pág. 185. Las negritas son nuestras.

48. Ibídem, pág. 219.

49. Mao Tse-tung, Sobre la dictadura democrática popular. Obras escogidas en cuatro tomos, tomo cuarto, pág. 432.

50. Nos referimos a que este relativamente mayor vigor de la burguesía nacional china, y su posterior reconversión en burguesía burocrática de Estado, es probablemente la condición objetiva fundamental que exacerbó en este país la pugna entre la vía capitalista y la comunista, y, por extensión, entre las dos líneas. Esto posibilitó que el PCCh sintetizara y sistematizara teóricamente su experiencia en contraste con la soviética, arribando a las acertadas concepciones de la lucha de clases durante el socialismo y, en el campo ideológico, de la lucha de dos líneas. Mientras, en Albania, dado ese menor peso específico de la burguesía nacional, los comunistas no se enfrentaron a una realidad tan inmediatamente comprensible, pues la fuerza de la nueva burguesía se presentaba de manera menos vigorosa y definida, y más dispersa, descentralizada y difusa. Estas deficiencias empiristas, sumadas a cierta autosuficiencia y orgullo de los comunistas albaneses, creemos se tradujo en su visible incapacidad para comprender en toda su amplitud el problema del período de transición, derivando hacia sus concepciones monolíticas y de acero que reciclan del bolchevismo staliniano. Volveremos sobre esto en el último apartado.

51. Aunque los primeros congresos de la IC elaboran una concepción teórica de este problema bastante acertada, este hecho no tuvo su correlato material; además, parece obvio que los siguientes, sobre todo a efectos prácticos, subestimaron por lo general el potencial de los Partidos Comunistas en los países semicoloniales a la vez que sobrevaloraban a las fuerzas democrático-burguesas.

52. Cifra extraída de la Historia del PTA, pág. 229. A su vez, se menciona que los jóvenes eran el 80% de l ejército, y las mujeres sólo el 9%.

53. Como ya introducían los camaradas peruanos, y como se ha constatado mediante los resultados del Balance, en las condiciones contemporáneas la revolución debe desarrollarse como guerra popular hasta el comunismo; es decir, que la lucha de clase revolucionaria de las masas armadas no debe acabar con la edificación del Estado-Comuna, sino que ha de prolongarse hasta la liquidación total de la burguesía, también en la nueva forma burocrática que adoptará durante la dictadura proletaria. De cualquier modo, cuando aquí identificamos guerra popular con la etapa militar de la revolución —es decir, con la confrontación armada entre el viejo y el nuevo poder— es porque durante el ciclo pasado, excepto en el Perú, no se llegó a un punto de vista más elevado.

54. Sin entrar aquí en mayores profundidades históricas, bastará con enumerar algunos elementos: primero, la estrategia revolucionaria militar que adoptan los albaneses es, gracias a la transformación de las leyes de la revolución que el PCCh desbroza con su propia práctica social, la guerra popular; a nivel teórico, son múltiples las conceptualizaciones provenientes de China que el PTA abraza, entre ellas la diferenciación entre las contradicciones antagónicas y no antagónicas, y entre las contradicciones en el seno del pueblo y las de éste con el enemigo —es personalmente Mao, por cierto, quien sistematiza esto—, el concepto de la línea de masas, la consigna revolucionaria de «apoyarse en las propias fuerzas» —consigna que RC, en ese conglomerado amorfo de citas que osan llamar libro, ataca por maoísta—; en el plano político, la revolución cultural como forma de dar continuidad al proceso revolucionario; etc. Pero, naturalmente, adoptan todos estos elementos desde una perspectiva general anclada en el bolchevismo staliniano, es decir, en el materialismo vulgar, el monolitismo y el dogmatismo.

55. Stalin, Informe sobre el proyecto de Constitución de la URSS (1936). Para un estudio a fondo de este problema en el seno del bolchevismo, recomendamos encarecidamente el texto de los camaradas de Revolución o Barbarie Stalin, clases sociales y restauración del capitalismo. https://revolucionobarbarie.wordpress.com/balance-del-ciclo-de-octubre/balance-sobre-la-union-de-republicas-socialistas-sovieticas/stalin-clases-sociales-y-restauracion-del-capitalismo-revolucion-o-barbarie/

56. Enver Hoxha, Veinte años de vida y lucha revolucionarias (1961). Extractos del discurso pronunciado en la reunión conmemorativa del XX aniversario de la fundación del PTA. Incluido en el volumen Enver Hoxha – Discursos (1961-1962). Las negritas son nuestras.

57. Nexhmije Hoxha, Algunas cuestiones fundamentales de la política revolucionaria del PTA, pág. 4. Las negritas son nuestras.

58 Íbidem.

59. Ibídem, pág 10-11.

60. En efecto, en la cita a la que aquí se alude, se establece una contradicción entre la vía capitalista y la socialista, cuando en realidad lo correcto sería oponer la vía capitalista a la vía comunista, contradicción ésta que configura realmente el socialismo como etapa de transición.

61. Ibídem, pág, 11.

62. Ídem. Las negritas son nuestras.

63. Ídem. Las negritas son nuestras.

64 Foto Çami, Contradicciones, clases y lucha de clases en el socialismo. Las negritas son nuestras.

65. Ibídem.

66. Zang Chun-quiao, Acerca de la dictadura omnímoda sobre la burguesía. Las negritas son nuestras.

67. Es más: la misma fórmula de «Estado-Comuna» expresa magistralmente la esencia de la dictadura proletaria: pone de manifiesto la contradicción que subyace a todo el período de transición entre el poder revolucionario de las masas armadas —las Comunas—, por un lado, y por otro esa esfera burocrático-administrativa separada y por encima de la sociedad, al servicio de la nueva burguesía y donde ésta se reproduce apropiándose del trabajo ajeno y perpetuando la producción de valores de cambio y no de valores de uso, es decir, representando la dictadura del trabajo muerto sobre el trabajo vivo.

68. Foto Çami, op. cit.

69. Ndreçi Plasari, La lucha de clases en el seno del Partido: Una garantía de que el Partido seguirá siendo siempre un partido revolucionario de la clase obrera. Las negritas y el subrayado son nuestros.

71. Engels, Anti-Dühring; pág, 64.

72. Foto Çami, op. Citada. Las negritas son nuestras.

73. Lenin, Cuadernos filosóficos; pág. 345. Las negritas son del original.

74. Íbidem, págs. 345-346. Las negritas y las cursivas son del original.

75. Para justificar esto sin ceder ni un ápice en sus postulados erróneos, RC nos remite a una supuesta concepción “verdaderamente leninista” de la revolución cultural, aludiendo, básicamente, a un presunto libro de Lenin llamado La cultura y la revolución cultural. Lo que no dicen, pues quizá ni siquiera lo sepan, es que dicho libro es sólo una recopilación de fragmentos y textos del ruso editada precisamente a mediados de los años 70, y cuyo contenido aborda principalmente el problema genérico de la cultura y la reforma educativa en los primeros años de la Rusia soviética. Nada que ver, en definitiva, ni con la revolución cultural china ni con la albanesa.

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3 Responses to El Partido del Trabajo de Albania y la revolución: una mirada retrospectiva

  1. Acer says:

    La burguesía surgió en Albania, por generación espontanea. Que cosas,no hizo falta ni el concurso de la OTAN,De cabeza al capitalismo mas salvaje y gansteril…sin oposición, del pueblo Absoluto proletario Hoxhista. Menudo chiste. Muy buen trabajo.

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  2. vida says:

    La viuda de Enver, teórica del marxismo,reconocía ,que uno de los hechos de la caída del PTA,fueron los excesos.Las ventajas y privilegios que gozaban muchos dirigentes del Partido.Cuando el aparato de propaganda capitalista de Italia, acentuó las virtudes de consumo del capitalismo Occidental,salio el pueblo albanés,a pedir un cambio de Sistema. ¡ Cuídate del Burgués que llevas dentro! -Negar la lucha de clases en el Socialismo, es negar el marxismo,y cerrar caminos hacía el Comunismo.

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  3. acer says:

    Los Chicos de RC clasifican a Turquia ,entre los regímenes fascistas.En noviembre 1981 Enver Hoxha enaltecía a Kemal,el padre del fascismo turco.No entiendo nada. Me buscare otra religión.

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